El padre Pedro Opeka visitó por primera vez el país africano de Madagascar cuando tenía 22 años. En ese momento, acababa de ordenarse como sacerdote. Las condiciones de extrema pobreza en las que vivían las personas que allí habitaban lo afectaron a tal punto que decidió quedarse trabajando en ese lugar. Para ello, fundó la Asociación Humanitaria Akamasoa, a través de la cual calcula haber ayudado o rescatado a aproximadamente 500.000 malgaches. Por esta obra, se lo propuso como candidato al Premio Nobel de la Paz.


El padre Pedro, de 67 años y familia eslovena, es oriundo de la localidad bonaerense de San Martín (Argentina). Su obra ha inspirado 10 libros y siete documentales. Entre sus múltiples apodos, se encuentran el de “Albañil de Dios” y el de “Santo de Madagascar”. También hay quienes lo consideran la versión masculina de la Madre Teresa de Calcuta.

“Todo hombre es mi hermano. ¿Cómo no lo voy a ayudar?”, respondió cuando Página 12 le consultó acerca del motivo que lo llevó a dejar atrás a su familia y al trabajo que hacía en Argentina para trasladarse a Madagascar. En diálogo con el mismo diario, explicó que su vida en el país africano se divide en dos etapas. Una abarca los primeros 15 años, en los cuales trabajó en Vangaindrano, en la costa sureste. La otra, contiene su trabajo en Antananarivo, capital malgache

Una vez acogido por la comunidad, el padre Pedro se dedicó a profundizar su trabajo. En primer lugar, junto a los curas que habían viajado con él, comenzó a cultivar arroz para intentar paliar el hambre del pueblo. Poco a poco, fue ocupándose de la salud, la educación e incluso creó una cooperativa de campesinos.

Su obra encontró un freno en 1989, cuando se enfermó de paludismo y parasitosis. En ese momento, tuvo que viajar a Antananarivo para curarse. Y allí se quedó. Se le había encargado la formación de los futuros sacerdotes. Sin embargo, la situación que encontró hizo que su trabajo tomara un nuevo rumbo.

Opeka llegó a Madagascar con cuatro curas más. Se les había encomendado animar a la Iglesia local. Por ser blanco, no le resultó sencillo insertarse en la comunidad africana, pero gracias a su pasión por el fútbol, logró integrarse: “Los domingos después de misa me venían a buscar para llevarme a la cancha. Y jugaba con ellos. Eso los sorprendió muchísimo. ¿Qué hacía un blanco jugando con un negro?, se preguntaban. Ahí nació una nueva imagen: corriendo estábamos de igual a igual, con las mismas chances. Y hasta me convertí en goleador del equipo”, le dijo el cura al diario Página 12.

En su afán por cambiar la realidad de los habitantes de la capital, en 1990 fundó la asociación humanitaria que llamó Akamasoa, término malgache que se traduce como “los buenos amigos”. A través de ella, el padre Pedro lucha contra la pobreza y aboga por la reinserción social y económica de las personas.

“Cuando llegué a Antananarivo ya no vi pobreza; vi miseria como uno nunca se la puede imaginar si no la ve. Vi en las afueras de la ciudad a 800 familias, cada una con seis, siete, ocho chicos, metidas adentro de la basura, viviendo en el vertedero, en túneles hechos dentro de los desperdicios. Los chicos muriendo de frío en invierno, con una camisita, descalzos, sin comida, sin casa. Vi madres a las que se les habían muerto seis o siete chicos. ¿Y de qué le vas a hablar a una madre que perdió a siete chicos? Cállate y ve a ayudarle. Y pensé, si pido permiso a mis superiores no me lo van a dar, no es mi oficio ocuparme de ese problema social. Vamos directamente, dije.” Así le transmitió Opeka a Página 12 su primera impresión del lugar.

Comenzó creando un merendero de cuatro metros por cuatro para los niños. Una vez instalado ese lugar, Opeka logró que los padres enviaran a sus hijos un rato antes del horario de la merienda, para jugar con ellos y educarlos. Al ampliarse las tareas, comenzó a necesitar ayuda. Así, ocupó a algunos jóvenes desempleados.

Su segundo desafío fue crear puestos de trabajo. “Mi papá me enseñó el oficio de albañil, eso me fue muy útil, porque soy muy práctico: donde pongo el ojo veo trabajo”, le dijo a Página 12. De este modo, de una montaña de granito, hizo nacer una cantera para extraer materiales para la construcción. En el vertedero, creó una empresa de venta de abono natural.

El paso siguiente fue mejorar las viviendas. Las casillas precarias se reemplazaron por dúplex de ladrillo que construyó el padre con sus propias manos. Al hacerlo, le enseñó a los lugareños el oficio de la construcción. Poco a poco fue cambiando la fisonomía del lugar. Se construyó un hospital, un jardín de infantes, escuelas primarias y secundarias, se empezaron a dictar talleres de oficios y se continuaron creando puestos de trabajo en la cantera.

Con el paso de los años, el trabajo de la Asociación Humanitaria se expandió a distintos municpios de Madagascar. En total, calculan haber ayudado o rescatado a 500.000 personas. Su servicio a los pobres le otorgó al padre Pedro numerosos premios, entre los cuales se destaca la Legión de Honor que le concedió Francia en 2008. Este país fue uno de los que lo propuso como candidato al Premio Nobel de la Paz, junto con Eslovenia y Mónaco.

Así, se formaron cinco poblados: uno en el campo y cuatro en los alrededores de Antananarivo, junto al basurero. Hoy, viven allí más de 17.000 personas. En los colegios, estudian alrededor de 9.500 niños. A su vez, Akamasoa emplea cerca de 3.500 trabajadores en educación, salud, seguridad y mantenimiento de los pueblos, así como en la cantera, en la carpintería, el taller metalmecánico y los talleres de mantelería y cestería.