Muchos fotógrafos alrededor del mundo han retratado noches increíbles en lugares muy distintos. Y en todas ellas, las estrellas, la luna y los astros que parecen prenderse y apagarse en el cielo despiertan todo nuestro asombro, al mismo tiempo que nos recuerdan que el Universo del que forma parte nuestro planeta es mucho más vasto que aquello que alcanzamos a percibir. 

Pero aunque lo hayas notado o no, cada vez estamos teniendo menos noches como ésas. ¿Por qué? Porque usamos cada vez más electricidad, lo que implica más y más luces artificiales prendidas a nuestro alrededor. Esto no solo genera mayor consumo de energía (y por ende, mayor gasto de recursos fósiles), sino que también impide que podamos ver el cielo en todo su esplendor, e incluso incide en nuestro ciclo de sueño (reloj biológico) y tiempo de descanso. 

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De acuerdo a un estudio publicado recientemente en la Revista Science, de 2012 a 2016 el área al aire libre iluminada artificialmente creció a un ritmo de 2,2% por año, lo cual implica un aumento a escala global de alrededor de un 9% en tan solo cuatro años.

Además,  según señalaron, el aumento en la iluminación se produjo principalmente en Sudamérica, África y Asia. En sitios en conflicto como Siria, disminuyó la luminosidad. Y en otros como como Italia, Holanda, España y Estados Unidos, se mantuvieron estables.

Esto implica una creciente contaminación lumínica, con sus consecuencias negativas para la fauna, la flora y el bienestar del hombre. Esto ha podido ser relevado a través de datos satelitales.

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¿Por qué este aumento?

La popularidad de luces LED que generaron mayor eficiencia en el consumo energético y brindaron mayor luminosidad, es una de las razones de una mayor contaminación lumínica. Esto no quiere decir que estas luces sean negativas en sí mismas, sino el hecho de que se hayan instalado cada vez mayor cantidad.

Que la noche sea más brillante incide en nuestro descanso y aumenta los riesgos de contraer cáncer, diabetes y depresión. En el caso de los animales, su comportamiento puede verse estresado o desorientado, generando una repercusión en la cadena alimenticia y el ecosistema al que pertenece.

"Iluminaremos cosas que no iluminábamos antes, como una ciclovía en un parque o una carretera que conduce a las afueras de la ciudad. Todos esos nuevos usos de la luz compensan, hasta cierto punto, los ahorros que tuvimos", señala al respecto Christopher Kyba, autor principal de la investigación.  

¿Qué podemos hacer?

Elegir luces de menor intensidad, apagarlas cuando no las necesitamos, o bien escoger luces LED de color ámbar en lugar de azul o violeta, que son las más nocivas para la salud de los animales y las personas. A su vez, a nivel social algunos expertos señalan que deberíamos comenzar a replantearnos por qué asociamos la seguridad con la luz, ya que eso no siempre es así y puede tener "un efecto rebote" perjudicial para todos.

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¿Tú qué opinas?