Por: Narcís Prat Fornells, Universitat de Barcelona

Por suerte, el coronavirus no se transmite por el agua y los sistemas de potabilización actuales son suficientes para reducir el riesgo de contaminación de las aguas por este agente infeccioso.

Nosotros podemos estar tranquilos, los sistemas de potabilización de los países desarrollados se han movilizado y hay muchos protocolos de actuación. Pero más de 2 000 millones de personas que, según la ONU, no tienen acceso a agua potable ni saneamiento básico no saben si morirán de coronavirus, de sed o de tifus…

El virus se ha encontrado de forma importante en las aguas residuales. Las concentraciones del virus (bajas para contagiar) que albergan se correlacionan con la presencia e intensidad de la pandemia. Por ello, se proponen como indicadoras globales de la enfermedad e incluso para saber en qué zonas de una población hay más casos.

También puede detectarse cuándo se inició un brote con aguas residuales congeladas. En un estudio reciente, se ha detectado en España la presencia de SARS-CoV-2 en aguas residuales congeladas de hace más de un año.

Contaminación de fuente difusa y lineal

Impactos en la salud de los ríos

Otro punto interesante, además del aumento de residuos plásticos en el medioambiente, es si tanta desinfección con lejía y otros desinfectantes puede o no ser un problema para la fauna y flora de los cuerpos de agua que puedan recibir las aguas directamente (por ejemplo, de colectores de aguas pluviales).

Más desapercibidos son los efectos que el confinamiento de la población ha tenido en los ecosistemas. Se ha hablado mucho de la recuperación de los ríos, de las aguas limpias de Venecia y otros aspectos positivos. Pero dudamos mucho que estos efectos duren demasiado.

La nueva normalidad no contempla de una forma clara una economía más verde, una mayor conservación de la naturaleza u otras medidas dirigidas a la mejor gestión ecosistémica del agua. En cuanto la gente vuelva a viajar como antes, todos estos efectos probablemente revertirán a la situación anterior.

También se habla poco de cómo, aprovechando el confinamiento, se están cometiendo atentados al medioambiente como la construcción o aprobación masiva de nuevos embalses que destruirán los ríos de Latinoamérica.

A nivel local, los trabajos de limpieza de ríos debidos, por ejemplo, a la tormenta Gloria, se han desarrollado de forma rápida e inadecuada aprovechando que los activistas mediaombientales estaban confinados.

Hemos visto protestas contra la Ley de creación de la Agencia Catalana de la Natura, clamor para que se reconstruyan los diques de los ríos y protestas para que no se reparen los daños en el delta del Ebro ni se reconstruyan paseos marítimos.

¿Cuántos alcaldes o responsables políticos han hablado o actuado para dar más espacio a los ríos para prevenir inundaciones? He visto a unos cuantos criticar a las autoridades del agua por falta de inversión en limpiar los ríos, pero a casi ninguno mencionar la restauración ambiental.

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Los problemas ambientales siguen ahí

El coronavirus parece haber sido una cortina para que nos olvidemos del cambio climático. Noticias como los 38 ℃ de Sibera han circulado de forma modesta frente a la importancia de si las playas abrirán o no y cómo. Olvidarnos del cambio climático no nos va a librar de sus consecuencias.

En cuanto al futuro, es difícil encontrar razones para el optimismo. Parece que la nueva normalidad se va a limitar a las mascarillas, los lavados de manos, los desinfectantes o la separación de 1,5 metros. Para lo demás seguimos casi igual. ¿Sabremos o podremos reaccionar?

Narcís Prat Fornells, Catedrático emérito de Ecología, Universitat de Barcelona

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.