La adrenalina, también conocida como epinefrina, es una de esas sustancias polivalentes que nuestro cuerpo utiliza para regular diferentes procesos corporales. Como toda hormona, viaja a través de la sangre para llegar a diferentes zonas del organismo y cumplir su tarea en los rincones más recónditos de este.

La adrenalina,  que cumple también la función de neurotransmisor, puede ser nuestra mejor aliada. Ahora bien, resulta interesante saber que, al mismo tiempo, puede ser esa sustancia adversa que da forma al estrés crónico, a nuestras cefaleas y la ansiedad.

¿Dónde se encuentra la adrenalina?

La adrenalina es producida por nuestro cuerpo, concretamente en las glándulas suprarrenales que se encuentran encima de los riñones. Sin embargo, también puede ser sintetizada en los laboratorios para crear fármacos administrados en casos de emergencia médica.

Podríamos definirla como un mediador químico que trabaja cambiando la actividad de varios de nuestros órganos como, por ejemplo, el corazón.

La principal finalidad de esta hormona es prepararnos para la huida o la lucha cuando nuestro cerebro interpreta que determinado estímulo puede ser una amenaza para nosotros.
Asimismo, lo que consigue también es que podamos dar el máximo de nosotros mismos: potencia todos nuestros recursos físicos para alcanzar un objetivo, ya sea para escapar de él o para afrontarlo.

Esta activación la consigue de muy diversas formas: aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la capacidad de nuestros pulmones para retener aire, dilatando nuestras pupilas y llevando mayor concentración de sangre a los músculos de los brazos y las piernas.

Por otro lado, uno de los efectos más conocidos de la adrenalina es, sin duda, su impacto sobre nuestro metabolismo: maximiza nuestros niveles de glucosa para poder llevárselos al cerebro.

Curioso es también lo que la adrenalina puede hacer en nuestro sistema digestivo cuando el cerebro interpreta que hay un peligro. Ralentiza las digestiones e incluso el movimiento intestinal por una razón muy concreta: toda nuestra energía debe concentrarse en los músculos.

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Cada día más personas necesitan su dosis de adrenalina para romper con la monotonía, algo así puede llevarnos a experimentar la vida al máximo o a derivar en situaciones de riesgo para llenar nuestros vacíos.

La adrenalina nos hace sentir “vivos”

Todos hemos experimentado esos agradables “subidones” cuando hacemos deporte, cuando bailamos, cuando subimos a una atracción de feria, cuando nos enamoramos…

Todas estas sensaciones conforman lo que los neurólogos llaman a veces “nuestra droga cerebral”.
De hecho, hay personas que sienten auténtica adicción a este tipo de situaciones donde la adrenalina se dispara al máximo, como pueden ser, por ejemplo, los deportes de riesgo.

Asimismo, es interesante saber que la adrenalina nos puede mantener alejados de la depresión, puesto que media también en la producción de serotonina, la hormona del bienestar mental.

Practicar actividades como determinados deportes o compartir buenos instantes con los nuestros son formas sensacionales de producir la liberación de adrenalina.

Los excesos de adrenalina y sus consecuencias

La preocupación excesiva, el miedo constante, la ansiedad persistente e incluso el tener que hacer esfuerzos físicos a lo largo de muchas horas trae como consecuencia una liberación excesiva de adrenalina.

Cabe decir que nuestro estilo de vida caracterizado por las altas presiones, nuestras obligaciones o ese estrés que apenas nos abandona genera precisamente esta situación “anormal” en nuestro organismo, es decir, demasiada adrenalina en sangre.

Lo notaremos de inmediato a través de estos síntomas:

  • Dolor muscular
  • Tensión en el cuello, brazos o piernas
  • Mareos
  • Visión borrosa o presión en los ojos
  • Dolor de cabeza
  • Dificultades para dormir
  • Dolor de estómago
  • Hipertensión
  • Cansancio persistente

¿Cómo se controla la liberación de la adrenalina?

Cuando ante nosotros aparece un riesgo, cuando experimentamos miedo, una emoción intensa o ansiedad, los nervios conectados a las glándulas suprarrenales estimulan la secreción de adrenalina para liberarla en nuestro torrente sanguíneo.

Ahora bien, cabe decir que la cantidad de adrenalina que se libera es la justa para que experimentemos su efecto a lo largo de 3 o 5 minutos.

Este intervalo es el suficiente para poder reaccionar sin que nuestros órganos se vean muy afectados.

Sin embargo, el mayor problema que existe con la adrenalina es que, cuando experimentamos estrés durante mucho tiempo, la hormona del cortisol también favorece la aparición de adrenalina.

En estos casos, su presencia en nuestro cuerpo no se limita a 3 o 5 minutos. En ocasiones puede durar días o semanas hasta alterar de forma seria nuestra salud: aparecen taquicardias, mareos, malas digestiones, cefaleas.

Es necesario entender toda la trascendencia que esta sustancia tiene en nuestro día a día e incluso en nuestro estilo de personalidad. La clave del bienestar estaría sobre todo en mantener un equilibrio sutil y perfecto con esta hormona.

Llevar una vida activa donde se combinen los instantes de ejercicio o socialización con la relajación y una buena gestión del estrés sería, sin duda, un modo sensacional de trabajar en nuestra calidad de vida.

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