Me gusta la casa que habito. Entre los principales espacios que disfruto, destaco el amplio patio que comparto con mis fieles y silenciosas compañeras, las plantas.

Son esas compañías que cuando están, no le damos la atención que merecerían, sin embargo, su ausencia sería muy notable.

En mi caso, constituyen una especie de muro divisor entre la agradable sensación de intimidad y cobijo que transmite el hogar con la intensidad sonora de la calle y el tránsito típico de toda ciudad moderna.

El domingo pasado decidí acercarme más a ellas. Limpié sus hojas, las regué con agua fresca, les hablé, observé sus brotes y flores en distintas etapas de desarrollo. Están lindas, bien cuidadas, pero quise compartir el cuidado que con tanto cariño les brinda Paula, mi ayudante en los quehaceres hogareños.

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Y fue en un momento en que me encontraba limpiando una de las macetas cuando una abeja, que laboriosamente se encontraba libando néctar de unas flores blancas, decidió posarse suavemente sobre una de mis manos. Contuve el primer impulso de agitar mi mano para que se fuera y en cambio permanecí observándola y tratando de hacerle sentir que no debíamos temernos mutuamente. Como si hubiera comprendido mi mensaje, permaneció unos instantes y decidió recomenzar su vuelo hacia otras apetitosas flores.

Me sentí muy bien, integrado, en contacto con el reino vegetal y animal. Distintas especies, diferentes niveles de evolución y todos podíamos interactuar, respetándonos y valorando lo que cada uno hacía por el otro. Las plantas generando oxígeno, la abeja llevando productos que transformará en otros que volverán también a los humanos para su consumo. Yo, que podría dar fin con rapidez a sus vidas, ocupándome para que continúen con sus ciclos y tareas.

Pensé en el lunes y lo relacioné con lo que deseaba hacer con las personas con las cuales integro grupos de trabajo. Con los humanos, a pesar de ser de la misma especie, hay momentos en que parece ser más difícil comunicarse que con otras especies o formas de vida.

Seguramente, lo que estoy relatando podrá parecer obvio, y todos lo sabemos, sin embargo con frecuencia esto se olvida, gana la ansiedad, las emociones, el miedo a ceder y se producen dificultades en las relaciones humanas.

Pongamos más atención y aprendamos cada día de la naturaleza, con el deseo de mejorar los niveles de convivencia y apoyarnos en cada emprendimiento. Debemos saber compartir espacios y desarrollar actividades considerando al otro un aliado, un compañero de tiempo, de historia humana y no un enemigo. Nos han convencido que debemos competir entre nosotros, sin embargo no se descubierto ninguna característica biológica que nos fuerce a hacerlo, afirmándose la opinión que es un componente cultural. En la actualidad los cambios son rápidos, hay que adaptarse y generar nuevos paradigmas que desde niños generen la colaboración y el cuidado de las relaciones humanas.

Vale la pena intentarlo.

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