Por: Juan Luis Rodríguez Rodríguez, Universidade de Vigo

La etapa del desarrollo de la adolescencia es el periodo psicosociológico de transición entre la infancia y la adultez y se caracteriza por la paulatina adquisición de independencia y autonomía para convertirse en adulto. Por tanto, el distanciamiento de los padres a favor de las relaciones sociales y afectivas entre iguales va ganado terreno.

Un aspecto fundamental del adolescente es que prácticamente todo gira en torno a su vida social y a una búsqueda constante de la “felicidad inmediata”: encuentros con los amigos en un salón recreativo, reuniones en un parque para hablar, compartir gustos y desahogarse con sus iguales, salir el fin de semana, participar en actividades extraescolares lúdicodeportivas con compañeros, posibles relaciones de pareja…

La pandemia de la Covid-19 y las medidas adoptadas para su mitigación, mayormente encaminadas al aislamiento social, modificaron de golpe sus hábitos sociales aflorando las vulnerabilidades en función de los entornos y afectando a la salud mental de niños y adolescentes, así como a sus familias.

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Soledad, inquietud e irritabilidad

Para apoyar esta afirmación vamos a resaltar los resultados de dos de las muchas investigaciones que ya se han publicado. Un estudio realizado en España e Italia muestra los síntomas comunicados por las figuras parentales durante el confinamiento: sentimientos de soledad (31,3 %), nerviosismo (38 %), inquietud (38,8 %), irritabilidad (39 %) y dificultad de concentración el 76% de los jóvenes.

Otro estudio de UNICEF, de 2020, pone de manifiesto cómo un 27 % de adolescentes y jóvenes consultados tras el confinamiento sentía ansiedad, el 15 % depresión, el 46 % menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba y el 73 %, necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental, aunque el 40 % no lo haya pedido.

Situación económica de las familias

Las consecuencias más claras se observan en las emociones y su estado de bienestar, en general por consecuencias relacionadas con el aislamiento social y por la situación económica en el caso de muchas familias.

Otro aspecto, eso sí, apenas estudiado, es el efecto académico a medio plazo de la suspensión de clases presenciales en marzo de 2020, siendo sustituidas por clases virtuales en centros de secundaria con un bajo nivel de exigencia, especialmente por la eliminación de exámenes (aspecto necesario dada la situación). Durante el periodo de marzo a septiembre –medio año– el alumnado adolescente por primera vez en la historia ha tenido un nivel de esfuerzo cognitivo bajo o muy bajo.

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Efectos educativos devastadores

La OCDE ha destacado los efectos educativos devastadores provocados por la pandemia, especialmente en aquellos estudiantes menos autónomos, los que cuentan con menos recursos o apoyo por parte de sus padres.

Reanudadas las clases presenciales en el presente curso, el alumnado adolescente se está enfrentando a unos aprendizajes propios del curso en el que está escolarizado y, en algunas materias, a otros añadidos para recuperar los no impartidos el curso pasado. Este esfuerzo intelectual, sumado a la falta de hábito de trabajo, y posibles problemas emocionales del confinamiento antes descritos, está generando en muchos adolescentes crisis de ansiedad ante el estudio y sentimientos de incapacidad para superar el curso.

Es importante ayudar a nuestros adolescentes desde casa y desde los centros educativos. En casa cabe destacar dos medidas básicas:

  1. Permitir el contacto con sus amistades (encuentros virtuales o presenciales con las medidas de seguridad adecuadas).

  2. Establecer un dialogo sobre lo que está sucediendo y cómo lo están viviendo en el que verbalicen sus estados emocionales y quejas sobre la situación.

Si los contactos con las amistades se limitan principalmente a encuentros virtuales como las videoconferencias, habrá que permitirles cierta intimidad. Deben tener libertad para hablar con sus amistades y no sentirse cohibidos por la supervisión de sus padres.

El diálogo en familia tiene como objetivo fomentar las competencias emocionales como la conciencia emocional. El adolescente toma conciencia de sus propias emociones a través de la comunicación entre los miembros de la familia.

No se debe criticar los pensamientos o estados emocionales negativos sino que les acompañaremos en la decisión de cómo afrontarlos favoreciendo la regulación emocional.

Desde los centros educativos es necesario restaurar la normalidad académica progresivamente y ayudarles a recuperar los hábitos de trabajo intelectual.

Finalmente, es indispensable remarcar la necesidad de vigilar y potenciar los hábitos de un estilo de vida saludable: alimentación equilibrada y variada, la realización de deporte, el descanso adecuado y la práctica de la relajación, que colaborarán en una buena salud mental.

Juan Luis Rodríguez Rodríguez, Profesor Asociado de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.