* Por María Águeda Moreno Moreno, Universidad de Jaén

Se creía que la transformación llegaría con la conquista del espacio laboral exterior. Con salir del gineceo, nombre griego con el que se indicaba un espacio femenino. Ese espacio de “domesticación” de la mujer dentro del oikos, la casa familiar en la Grecia Antigua. Sin embargo, no ha sido del todo así.

La “domesticación” (de la mujer) se entiende, tal y como describe María Moliner en su diccionario, ligada a la raíz latina domus, ‘casa’, y en relación con otras palabras de la misma familia, con domesticar. Domesticar, en tercera acepción y marcada como “uso figurado”, es “«domar». Quitar a alguien la aspereza de carácter y hacerle tratable” (Diccionario de uso del español, 1966-67: s. v. domesticar). Extraña que el diccionario académico no marque el uso figurado de esta acepción en domesticar, ya que, en realidad, la domesticación es la acción y efecto de “hacer a un animal apto para convivir con el hombre” (Diccionario de uso del español, 1966-67: s. v. domesticar).

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María Emma Mannarelli, dedicada a los estudios de género e historia social, habla en su ensayo de 2018 sobre La domesticación de las mujeres. Patriarcado y género en la historia peruana. El estudio sobre El espacio y el tiempo en las relaciones de género de la antropóloga Teresa del Valle en 1991 ya explicaba cómo la configuración espacial ha diseñado las estructuras sociales que silencian a la mujer: la domesticación se construye en un espacio interior, identificado con la casa y con las tareas de reproducción y el cuidado familiar. Si bien este espacio, más allá de la reducción del lugar físico, entra en una construcción emocional de la realidad. Valle apunta:

Esta referencia se crea mediante la consideración de que el espacio interior es su punto de partida y de llegada, y lo que realiza en el exterior tiene sentido a partir de las actividades, responsabilidades y personas del primero. El exterior puede ser, y de hecho lo es, un espacio abierto, en muchos casos la calle, una plaza, pero en el que se está de paso, mientras se espera a alguien que vaya a regresar al espacio interior, y a pesar de que se está fuera no se rompen los lazos con las actividades y responsabilidades del espacio interior”.

Pensamiento, lengua y discursos formales

El triunfo del logos de la Ilustración decimonónica olvidó y apartó de sus modos el conocimiento emocional. En este sentido, como bien apunta el antropólogo David Lagunas, aún “seguimos siendo muy primitivos”. El logos determinó las normas sociales y la lengua creó los discursos formales.

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Analizar la forma de pensar es estudiar la lengua y sus discursos. Conocer las identidades culturales a través de la lengua no es nada nuevo. Ejemplo de ello nos han dado el antropólogo británico Edward B. Tylor (1832-1917), el estadounidense Franz Boas (1858-1942), hasta llegar a nuestros días, con propuestas teóricas como la de la gramática liminar del lingüista español Ángel López García-Molins. Este último, por ejemplo, señala:

Toda expresión, ya se trate de una palabra, de una frase o de una oración, es una imagen de la realidad, una especie de cuadro o fotografía de la misma”.

Así, el lenguaje no es solo un conjunto de símbolos formales, sino que es un reflejo social que permite ver cómo categorizamos, conceptualizamos y resolvemos problemas. En definitiva, cómo construimos la sociedad –tomamos el concepto de constructivismo social de su precursor teórico el filósofo ruso Lev Smionovich Vygotsky (1896-1934).

El discurso del diccionario

Una herramienta que forma parte de ese constructo social son nuestros diccionarios. Los usuarios de diccionarios buscan explicaciones del mundo que les rodea entre el listado de sus voces ordenadas alfabéticamente. El individuo se acerca a estas obras empujado por el fin utilitario de adquirir conocimiento, de encontrar respuestas que permitan construir su propio pensamiento.

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fuente: Shutterstock

Sin embargo, es necesario tener en cuenta una cuestión importante: el diccionario no es un corpus neutro de datos independientes. Antes bien, es un producto del ambiente socio-cultural que rodea al individuo, es el resultado de la construcción dinámica de la cultura y del desarrollo de la actividad del progreso.

Y en este sentido el diccionario, al legitimar y normalizar reglas de conducta o formas de vida social, institucionalizas mediante la lengua, crea un modelo de acción cultural.

Deconstruyendo discursos sobre el género

Los diccionarios suelen ser objetivo de crítica social por cómo reflejan nuestra sociedad. Pero su cambio no implica la modificación de la sociedad o el pensamiento. Antes debemos de entender que la deconstrucción del discurso llega precisamente desde los propios ciudadanos (tomamos el concepto deconstrucción de la filosofía de Jacques Derrida, 1930-2004).

Así, el discurso renovado para la identidad de mujer-trabajadora-madre-pareja no lo ha construido la “conquista” del espacio laboral exterior, sino que se está deconstruyendo desde el espacio virtual.

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Sirva de ejemplo el hashtag o etiqueta (según recomienda la Fundéu) malamadre. El término hashtag se recoge en el diccionario en línea Lexico.com del Oxford University Press.

En español etiqueta aún no tiene un significado específico vinculado al espacio virtual en el diccionario de la RAE. Que la RAE no recoja esta acepción actual de la palabra etiqueta no nos puede llevar a pensar que “no existe”. Del mismo modo, que no se recoja la forma malamadre en nuestros diccionarios, tampoco nos puede hacer pensar que no representa un nuevo concepto (de)-construido desde la lengua.

Malamadre

Una rápida búsqueda en Internet nos arroja 871.000 resultados en 0,56 segundos de esta “nueva” palabra (y subiendo). El Club de las malasmadres es un claro ejemplo de asociacionismo femenino en las redes. Desde 2014, trabaja en la construcción emocional de nuevos patrones y en la deconstrucción de los rancios estereotipos. Los discursos formales de nuestros diccionarios no describen esta realidad social, pero desde el espacio virtual se está trabajando para crear una nueva identidad. Sirva de propuesta esta definición (mía):

Malamadre. (Desde el lat. remordere, tener sentimientos y pesar interno por realizar lo que se considera una mala acción) 1. f. Mujer que, tras ser biológicamente madre, compagina las tareas invisibles del cuidado del hogar y las que se desprenden por sus relaciones de parentesco materno-filial, algunas también con responsabilidades profesionales en el espacio exterior, con su identidad e individualidad como persona. FAMILIA LÉXICO-CULTURAL: buen/ahijo/a, buenmarido, buenabuela. ANTÓNIMOS: madraza, madre de gobierno, mujer de la calle, mujer de punto, mujer del partido, mujer fatal, mujer mundana, mujer objeto, mujer orquesta, mujer pública, pobre mujer (véase diccionario RAE). Y, sobre todo, superwoman.

A mis hijas.The Conversation

Por: María Águeda Moreno Moreno, Investigadora principal Grupo de investigación Seminario de Lexicografía Hispánica, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.