La relación entre cada uno de los padres y sus hijos/as es única en todas las interacciones humanas. Ninguna de las relaciones que vamos a tener en el futuro va a tener el mismo nivel de influencia mutua. En su estructura más básica influye en la salud, el bienestar y la supervivencia de la especie. Lo ideal sería que “la relación emocional, que co-construyen permita al niño, más allá de sobrevivir, prosperar y alcanzar su potencial completo”.

Sin embargo, nadie nos ha enseñado a ser padres y todos hemos aprendido a ser hijos en función de los padres que hemos tenido. Actualmente se está tratando de suplir este déficit a través de distintas instituciones como la Universidad de Padres, de iniciativa privada y propuesta por el filósofo José Antonio Marina para acompañar a los padres en las diversas etapas del desarrollo de los hijos y con el fin de encontrar el talento individual de cada uno. 

Nuestra forma de pensar tiene mucho qué ver con la información que hemos recibido.

La comunicación de la relación entre padres e hijos se canaliza a través de las emociones y el comportamiento. Sin embargo pocos estudios han examinado la regulación emocional como parte central del desarrollo del adulto. Aunque sí es verdad que cada vez más existe la voluntad de abrir este ámbito al campo de la investigación para ofrecer nuevas respuestas.

Ampliar las perspectivas para observar la relación entre padres e hijos es imprescindible para poder cambiar nuestra experiencia como padres y como hijos/as. La información se trasmite entre generaciones en forma de lealtades invisibles para que haya alguien que la trascienda y libere un sufrimiento. Al trascender se benefician los ancestros y los descendientes, y esto es un acto de amor.

Amar es aceptar la libertad del otro.

Plantearnos qué relación tenemos con nuestros padres es cuestionarnos si tenemos una relación basada en el amor o en la obligación mutua. Existen relaciones familiares cargadas de reproches como "me sacrifiqué tanto por ti” o bien “me debes esto y lo otro". Las consecuencias de una relación familiar llena de amor o de desidia afectan no sólo a nuestro estado anímico sino también a nuestra fisiología. Detectar y gestionar desde la coherencia las relaciones familiares desequilibradas es el primer paso para alcanzar el bienestar emocional.

La Bioneuroemoción nos propone mirar la relación con nuestros padres desde un punto de vista diferente, por ejemplo, nos invita a situarnos ante el reto de preguntarnos ¿y si nosotros hubiéramos escogido a nuestros padres? Solo desde esta perspectiva podemos empezar a detectar lo que hemos venido a aprender. Cuando descubrimos qué teníamos que aprender de ellos, podemos comprender y «perdonar» sus defectos y sus fallos. El mejor regalo que les podemos hacer es tener una vida extraordinaria, brillar con luz propia, hacer y enseñar todo aquello que ellos no pudieron o supieron hacer en sus vidas.


“El respeto a la autonomía y a la dignidad de cada uno es un imperativo ético y no un favor que podemos o no concedernos unos a los otros.”

Paulo Freire.