Nuestra capacidad para sentir se ha visto disminuida con el paso del tiempo. No es la edad sino la época la que nos han convertido en seres más hedonistas y al mismo tiempo incapaces de sentir placer, dolor o algo más. Nuestra identidad se ve marcada por la pantalla que sujetamos, ahí expresamos felicidad, rabia, dicha, goce, preocupación y hasta reflexión, todo mientras nuestra cara no esboza ni siquiera una pequeña sonrisa. 

Parte de la frustración que tenemos con el mundo viene de esa incapacidad de sentir. Encerramos toda la energía y nunca la liberamos, dejando que el tiempo pase hasta que no tenemos energía para el más mínimo esfuerzo. ¿Podemos recuperar nuestra vida física si nunca la tuvimos? Tal vez es momento de dejar de preguntar y comenzar a hacer. 

El ejercicio es una de las formas más fáciles de conectar con nuestro cuerpo, de hacer que la mente se active a través del esfuerzo físico, pero aunque hacer ejercicio ya es un logro, hay distintas formas de mejorar, y caminar es algo que pocos toman en cuenta. El simple hecho de poner un píe delante de otro es tan universal y tedioso como asombroso.  Esa puede ser la clave para volver a darle sentido a nuestra vida: caminar.

Deja de lado por un momento la concepción que tienes acerca de caminar y reflexiona acerca del acto. La movilidad, la libertad, la tenacidad y el desapego que muchos necesitan para caminar todos los días, toda su vida. Vemos a esa actividad como algo seguro que siempre podemos hacer, incluso nos quejamos cuando tenemos que caminar más de cinco minutos, pero al hacernos conscientes  de lo que pisamos y el camino recorrido, estamos logrando una forma única de meditación

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Rousseau escribió: "Sólo puedo meditar cuando estoy caminando. Cuando me detengo, cesa el pensamiento; mi mente sólo funciona con mis piernas". Un filósofo y escritor que necesitaba de la movilidad física para lograr concretar ideas que siglos después continúan dando de qué hablar. No es el único. Charles Dickens y William Wordsworth fueron conocidos por caminar más de 15 kilómetros al día, sólo así sentían que su mente los llevaba por el camino correcto para escribir sus poemas y novelas. Caminar y pensar iban de la mano.

Hoy creemos que pensar se relaciona a sentarnos frente a una computadora, poner nuestra música favorita y escribir alguna genialidad. Sin embargo a pesar de tener acceso a toda la información que imaginemos, los pensamientos reales surgen cuando nos movemos. Caminar te llevará por distintos lugares y te hará ver tu alrededor de una forma que seguramente no habías notado.

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La humanidad ha caminado desde el inicio. Primero como cazadores y recolectores, después como agricultores y peregrinos, como exploradores, investigadores y ahora incluso lo hacemos como recreación. Caminar sin un rumbo fijo, buscando algo que no se puede encontrar, descubriendo los alrededores y más te hace ver la vida de una forma distinta. 

Esta relación entre tus piernas y mente hace todo más lento y esas ideas que siempre pasan a mil kilómetros por hora por tu cabeza, se hacen más claras, las entiendes mucho mejor y sin duda, después de comenzar, no vas a querer parar.  Así que ya sabes: si quieres darle sentido a tu vida... empieza por el primer paso.

"Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido".
 -Pablo Neruda