Hay un término del que se habla mucho últimamente: procrastinación. Se trata de la tendencia a postergar hasta el infinito las tareas importantes o estresantes. Lo llamativo es que muchas personas aseguran que una de las prácticas más comunes que utilizan para evitar esas tareas es ponerse a ordenar.

Limpiar y ordenar no son tareas especialmente placenteras ni sencillas. Suelen requerir cierto esfuerzo tanto físico como mental. Esto indica que las personas que tienden a postergar tareas que le resultan particularmente estresantes no son holgazanas. Pero, ¿por qué lo hacen?

La procrastinación tiene que ver con las emociones

Una mujer se distrae mientras estudia

Primero, hablemos de procrastinación en general. Los distintos estudios sobre el tema han llevado a la conclusión que el hábito de postergar tareas estresantes tiene que ver con un mal manejo de las emociones, y no tanto con un problema para gestionar el tiempo.

Dicho de otro modo, no es que esperas hasta último momento para hacer ciertas tareas porque no sepas usar tu tiempo, o porque tengas problemas a la hora de definir prioridades. En cambio, lo que pasa es que evitas aquellas tareas que te provocan emociones desafiantes y estados de ánimo negativos: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento, etc.

Las ventajas del orden

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Ya lo dije Marie Kondo: una casa ordenada equivale a una vida feliz. La psicología parece estar de su lado. Hay una relación entre el desorden mental y el del espacio. Una casa o un escritorio desordenados nos provocan más ansiedad, mientras que tener el entorno en orden nos ayuda a relajarnos.

De esta manera, tender a limpiar cuando nos estresamos tiene sentido: estamos poniendo en orden el entorno porque buscamos ordenar también nuestros pensamientos y emociones.

Además, ver nuestros espacios limpios y ordenados libera endorfinas y nos da una sensación de tarea realizada que ayuda a aumentar el autoestima y sentirnos más a gusto con nosotros mismos.

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Encontrar el equilibrio

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Todo esto nos lleva a concluir que en realidad, limpiar justo antes de encarar una tarea muy pesada no está del todo mal. Te ayuda ordenar tus pensamientos, a bajar la ansiedad y a sentirte más a gusto con tu entorno.

Sin embargo, también es importante entender que no puedes quedarte solo con eso. Porque aunque limpiar puede ayudarte en el momento, la procrastinación tiene que ver con la manera en la que gestionas tus emociones negativas, y estas no desaparecen solo por limpiar.

Incluso peor: aunque te sientas bien en el momento, si realmente has postergado demasiado una tarea fundamental para volver a lustrar el suelo, cuando tengas que enfrentarte a ella te sentirás doblemente mal. Ahora sumarás la culpa por no haberla encarado antes.

Lo ideal es encontrar el equilibrio y, sobre todo, ser consciente de por qué haces lo que haces. Usa la limpieza solo cuando realmente sientas que necesitas ordenar tus pensamientos, pero no como válvula de escape cada vez que no quieres enfrentarte a una tarea, porque eso termina mal.

¿Te has sentido identificado?

Fuentes:

El País

NYT