Nota por Emilia Luna Salazar
(Universidad de Belgrano, Argentina)  

Los sueños son mágicas ilusiones que nacen cuando la pasión y la creatividad se juntan. El vuelo de Apis es un proyecto familiar que inició en Sevilla, España, en el que Ingrid Sanz y Andrés Melero buscaban unir sus tres grandes pasiones: la familia, viajar y la educación.  El 27 de julio de 2016 iniciaron  un recorrido acompañados de sus tres hijas Elsa, Nora y Cloe, en el que durante un año visitaron Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay y Chile.  

Apis de Mellífera es el nombre científico de la abeja europea, aquella que viaja por los jardines, de flor en flor tomando su néctar y polinizando cada planta. Esto inspiró a Ingrid y Andrés  que determinaron que el nombre del proyecto sería El Vuelo de Apis. “Desde el principio tuvimos claro que era un proyecto personal, familiar, humilde, sin grandes exigencias ni pretensiones, teniendo la mirada puesta siempre en el bienestar de nuestras hijas”, señalan. 

Volaron por Sudamérica descubriendo nuevos espacios, culturas y personas. Pero esto no se quedó ahí; además se empaparon de conocimientos, aprendizajes, juegos y valores. Al mismo tiempo, a cada lugar donde iban, intentarban diseminar sus conocimientos, ideas y esperanzas para contribuir con su grano de arena a construir un mundo mejor. 

“La educación tradicional está anclada. No ha evolucionado hace muchísimos años y, ni la sociedad, ni los niños/as de este mundo son los que eran”, dicen con certeza. Ingrid y Andrés han estado relacionados con el ámbito de la enseñanza durante mucho tiempo, por eso decidieron visitar experiencias educativas innovadoras y transformadoras en el continente sudamericano para después, nutrirse de ellas y con su voz esparcirlo por el mundo.

Ambos creen firmemente que el reto consiste en formar a los niños y niñas con espíritu crítico, creativos, emprendedores, respetuosos del ambiente, y con valores sociales y ciudadanos sólidos. Para ellos la escuela debe ser un segundo hogar donde se puede ir a disfrutar, jugar, aprender y sentirse bien, lleno de profesionales con vocación y formación de calidad.

Para poner en marcha su viaje, decidieron optar por conocer el lado humano, empático y generoso de la gente en su viaje. Se alojaron en casas de familias y personas que se ofrecieron a recibirlos. “Nos gustaría que en un futuro fueran nuestras hijas quienes abrieran las puertas de su hogar. Sin duda, el haber convivido con 83 familias que nos recibieron con brazos y corazón abiertos, ha sido una semilla que algún día germinará en ellas”, afirman.

Tanto Ingrid como Andrés encuentran vital que sus hijas “crean en los demás y en la posibilidad del cambio, que vivan su propia vida sin miedo, manteniendo el respeto hacia lo ajeno y la curiosidad por lo desconocido”.

Para Andrés viajar es compartir; lo que más disfrutó del viaje fue convivir con las personas que se encontró durante la aventura. Afirmó que: “El viaje ha generado en nosotros una confianza extrema hacia nuevas personas que sigue haciéndonos, hoy día, mucho bien y acercándonos a nuevos amigos”. Para ellos 'el otro' dejó de ser hostil y pasó a ser alguien lleno de emociones y conocimientos para compartir.

Ingrid, por otra parte habló del inmenso crecimiento personal que pudo experimentar a lo largo de su travesía por Sudamérica. “Me encontré con la mejor versión de mi misma. Podía ser yo, sin ataduras, sin tiempos, con calma y tranquilidad”, comentó.  Además, hizo hincapié en que se maravilló y emocionó por poder conocer gente proveniente de distintos lugares. “Aprendí y lloré de emoción en cada uno de los proyectos que visitamos”, exclamó.

Elsa, de 4 años, dice que para ella viajar fue fantástico. “Me divertía mucho cuando nos subíamos a la baca del coche en los caminos de tierra, cuando íbamos por montañas. Nos subíamos las tres arriba, nos agarramos bien fuerte y mi papá iba despacito mientras nos daba el aire. Fue una aventura muy linda”.

Cloe, de 6 años, dice que para ella el viaje significó conocer. “Lo mejor del viaje fue el tiempo que estuvimos en casa de nuestros amigos Matías (9 años) y Jose Pablo (6 años) en Puerto Varas, Chile. Pasamos mucho tiempo con ellos e incluso fuimos algunos días a su colegio por lo que pudimos hacer muchos amigos. Era como tener nuestra propia pandilla”, comentó. Destacó que su animal favorito es el caballo y que disfrutó mucho un paseo que hicieron en el valle de Cocora, Colombia, montados en caballos.

Nora, de 8 años, destaca que uno de los sitios más impresionantes del viaje para ella ha sido la Isla de Pascua. “Allí nos lo pasamos muy bien porque conocimos una familia de viajeros que se quedaron allí a vivir y tenían dos hijos que iban descalzos y con los pelos sueltos”. Agregó que se hicieron muy amigos de ellos y que les enseñaron todos los ‘moais’ de piedra de la isla, los escondites secretos y las playas más bonitas. Viajar para ella es estar en familia.

Su nuevo reto es plasmar en un documental y libro todo su bagaje de experiencias. Un mar de riqueza cultural, social y emocional ha caracterizado su viaje. Generosidad, hospitalidad, altruismo, confianza, sociabilidad son los valores que afianzaron y comparten al mundo.
“Las personas nos necesitamos, nos gusta relacionarnos, hablar con el de al lado. Hay que ser humildes, abrir nuestro corazón a otros y dejar que otros nos abran el suyo”, comparten. 

Su historia es un ejemplo de vida en el que el miedo deja de ser un impedimento para cumplir retos y sueños que parecen imposibles. “Desterrar el miedo como motor de vida y empezar a valorar lo que tenemos, la salud y las oportunidades”, dicen y nos animan a seguir tras nuestros sueños.