La propuesta hoy tiene que ver no sólo con abrirnos a una mirada más completa de lo que fue nuestro año, sino también y, quizás como desafío mayor, hacerlo desde un lugar amoroso y compasivo con nosotros mismos.

Los seres humanos, estamos sujetos al cambio, por lo cual, sería desleal y un reduccionismo total, valorar nuestro sentido de equilibrio y bienestar respecto al año que vivimos, de acuerdo al cumplimiento o no de un listado de objetivos planteados. Como si esto atentara contra nuestra condición natural de ser humanos y, por ende, dinámicos y en proceso de evolución constante.

Poner el foco en el cumplimiento de objetivos como el único factor que arroja el resultado de lo que denominamos balance del año, es riesgoso. Abocarnos a un checklist deja por fuera los procesos que atravesamos en la búsqueda hacia eso que nos propusimos. Incluso, puede pasar que, a principio de año hayamos establecido ciertos objetivos que, en la búsqueda por conseguirlos, nos damos cuenta que no resuenan con lo que en realidad queremos o quizás, ameriten tomar formas o cursos de acción diferentes.

Recorrer el camino y los procesos es lo que nos dará mayor claridad acerca de lo que queremos para nuestra vida y de cómo acercarnos a eso que vamos descubriendo y, así, plantear alternativas posibles en línea con estos hallazgos. Establecer un norte de manera tal que nos oriente, sin encuadrarnos en una única idea que pueda dejar por fuera otras posibilidades, pareciera ser entonces una elección sabia en estos casos: necesitamos ser flexibles ante la posibilidad de re-calcular y abrirnos a nuevas maneras de manifestar lo que nos propongamos.

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La invitación es a poner el foco en el proceso más que en el resultado y, al momento de hacer el repaso –y balance- del año, hacernos esta serie de preguntas:
¿En qué tipo de persona me convertí en la búsqueda hacia mis objetivos? ¿a qué me animé? ¿qué hice nuevo o diferente? ¿de qué me di cuenta?

Estas preguntas nos permiten tomar contacto con los aprendizajes y con los hitos de este año que, si los capitalizamos, se convierten en materia prima y en recursos sostenibles en el tiempo para afrontar y seguir creciendo en los próximos desafíos de nuestra vida. Y esto es mucho más que conseguir un resultado determinado: implica estar en contacto con nuestros propios recursos, cultivar la confianza en nosotros mismos y, volvernos más flexibles y resilientes a la hora de abrirnos con aceptación frente a lo que la vida nos proponga.

En lugar de un balance fundamentado sólo en objetivos cumplidos e incumplidos, que puede cerrarnos e incluso, generarnos una sensación de frustración cuando observamos lo no-cumplido, la propuesta es orientarnos hacia un reconocimiento más orgánico de lo experimentado en el transcurso del año. Esto surge de un doble trabajo: por un lado, atender y estar en conexión con la intención y el propósito que nos mueve, desde dónde nacen los objetivos que nos proponemos y, por otro lado, cultivar el ser flexibles y abiertos al cambio para acompañarnos de una manera propicia en el proceso mismo que implica estar vivos.

Algunas pautas a la hora de abordar este trabajo:

  • Reconocernos humanos:

Partir de un sabernos humanos y como tales, seres sintientes, vulnerables y de naturaleza cambiante, dinámica, perecedera e imperfecta.

Observarnos desde esta perspectiva es cultivar una mirada autocompasiva, acompañándonos desde un lugar de mayor comprensión y siendo pacientes con nosotros mismos, además de fortalecer la confianza a medida que avanzamos en nuestra experiencia humana.

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  • No sobre-identificarnos con el logro:

Reconocer y celebrar los logros es necesario y fundamental para seguir evolucionando. Sin embargo, es igual de importante no confundir nuestro valor personal con el cumplimiento de un objetivo: somos valiosos per se y nuestro crecimiento personal tiene más que ver con cuestiones y condicionamientos que vamos superando con nosotros mismos que con cualquier logro u objetivo alcanzado. Asociar nuestra identidad con el logro, puede traernos confusión, frustración y falta de conexión con nuestro valor personal intrínseco.

  • Anclarnos en nuestra intención y ser flexibles:

Tener presente nuestra intención para renovar el compromiso de seguir haciendo camino en coherencia con nuestro propósito y, a la vez, abrirnos al cambio cuando sea necesario. Cultivar la apertura, la curiosidad y el ser flexibles durante el recorrido sin perder de vista nuestro norte.

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brujula
  • Cultivar una mentalidad de crecimiento:

Abrirnos al aprendizaje y a nuevos desafíos: expandir nuestra percepción –limitada- en lugar de aferrarnos a la ilusión de lo permanente y a objetivos preestablecidos en la medida en que se vuelvan muy rigurosos o que ya no tengan que ver con la persona que somos a la hora de llevarlos a cabo.

Declararnos aprendices, abriéndonos a la posibilidad de ser flexibles ante los cambios de rumbo que necesitemos tomar en términos de facilitar la expresión más genuina de nosotros mismos, además de responder al llamado de la transformación y evolución que nuestra naturaleza humana nos convoca a experimentar en este plano.

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¿Listo para hacer un balance diferente de tu año?