Cuando tomamos decisiones o respondemos a una pregunta, por lo general no dudamos de que estamos haciendo lo que pensamos correcto o lo que tenemos ganas de hacer. Sin embargo, es posible que las opiniones de los demás influencien nuestras acciones y respuestas mucho más de lo que creemos.

Esto es lo que estudió Solomon Asch en sus experimentos sobre la conformidad con las reglas de grupo;  estudios sociales que realizó en 1950 pero que aun hoy tienen vigencia para explicar muchas de nuestras decisiones. 

El psicólogo social estadounidense Solomon Asch se preguntaba cuánta importancia tenía para las personas la opinión de los demás, y en qué grado podía influir esto en su accionar, respuestas y toma de decisiones. 

Para explorar ese aspecto de la personalidad, Asch diseñó un experimento sencillo: consistía en enseñar a los participantes una tarjeta con una línea, y luego pedirles que eligieran, de otra tarjeta con tres líneas, aquella que tuviera la misma longitud que la primera.

Sin embargo, el experimento tenía un truco. El test se realizaba en grupo, y los participantes voluntarios creían que se trataba de un test de visión, y que todos los presentes en la sala estaban sometiéndose a la misma evaluación. 

Pero en realidad, algunos de los integrantes del grupo, en la mitad de los casos de aplicación del test, eran actores. Todo estaba diseñado para que los impostores respondieran antes que los verdaderos sujetos examinados, y para que dieran una respuesta incorrecta. 

Lo que sucedía era que, en los casos en los cuales los actores respondían primero, el resto de los participantes se sumaba a la respuesta incorrecta que ellos daban. En cambio, cuando no había actores, muchas más personas elegían la línea correcta. 


Casi el 75% de quienes participaron en los experimentos de conformidad estuvieron de acuerdo con el resto del grupo por lo menos una vez. Los resultados indicaron que los participantes se ajustaban a la respuesta incorrecta ofrecida por la mayoría aproximadamente una de cada 3 veces.

Cuando el experimento finalizó, el psicólogo reveló la verdad a los participantes y les pidió que explicaran por qué habían elegido una respuesta que no consideraban correcta. La mayor parte de los entrevistados respondió que, si bien sabía que el resto del grupo se equivocaba, no quería correr el riesgo de enfrentarse a críticas personales.

Estos resultados sugieren que la presión social, incluso ejercida por desconocidos y en un contexto en el que no parece haber mucho en juego (ya que los examinados creían que solo se estaba evaluando su capacidad visual), puede ser mucho mayor de lo que creemos. 

Esto contrasta con resultados de otras encuestas en las que se pregunta a las personas si creen que suelen estar conformes o no con la opinión de la mayoría. Uno de cada tres responde que no suele estar conforme y que se enfrentaría a un grupo si cree que él tiene la razón; pero el experimento de Asch expone que luego, en la práctica, la influencia social termina minando la seguridad individual y primando sobre las creencias personales.