*Por el Lic. en Economía Leandro Bombicino, coordinador del área de bioeconomía del Centro de Desarrollo Sustentable GEO de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.

En Argentina, la bioeconomía se viene desarrollando desde hace más de 40 años cuando se empezó a utilizar la herramienta de siembra directa, los cultivos genéticamente modificados, los biocombustibles y el impulso de los sectores aceiteros. Desde entonces, ha marcado espacios, ganando terrenos e involucramiento en estructuras productivas como la base de biomasa, la generación de nuevos modelos de negocio y de I+D+i de los sectores bioindustriales, biomateriales, etc.

Para saber dónde estamos parados, se puede evidenciar lo siguiente: existen mediciones sobre ciertos estudios del sector de la bioeconomía que muestran que aportó al PBI nacional (en 2017) un total de U$S 86.695 millones, alcanzando el 16,1%.

Lo que se desprende de allí, es que el valor agregado de la bioeconomía incluye la totalidad del sector agropecuario, cuyo valor representa el 6,6 % del PBI, la rama industrial correspondiente a la transformación de la biomasa e industria conexa representa un 6,7 % y en tercer lugar por su dimensión, el comercio de productos biobasados con el 2% del PBI. Por ello, de la totalidad del PBI argentino relacionado a la bioeconomía, prácticamente que la mitad lo aporta la producción primaria y el restante el sector industrial.

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Según datos oficiales INDEC del 2019, el valor bruto de la producción (VBP) de las actividades que comprenden la bioeconomía, medida a precios constantes, creció un 5%. La producción primaria o de biomasa fue la que mayor crecimiento obtuvo, con un 10% en total para dichos años. Las exportaciones totales argentinas para el año 2018 totalizaron en US$ 61,6 mil millones (valor FOB) de las cuales, el 61% de las mismas pertenecen al complejo agroindustrial, que registró ventas por US$ 37.860 millones.

Cabe aclarar que la medición de la bioeconomía es difícil de clasificar debido a que no han sido pensados para tales fines. La bioeconomía requiere identificar y sumar el valor agregado de los productos y/o actividades bio-basadas en las distintas ramas de producción, realizando un corte transversal a los sectores de la economía.

Por otra parte, existe un desarrollo institucional enorme y diverso que lleva más de 10 años fomentando iniciativas, proyectos, programas, estrategias y debates participativos, siendo algunos reconocidos por el “German Bioeconomy Council”.

Se pueden destacar el “Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial participativo y federal 2010-2020” que destaca un proceso de investigación en áreas de industrialización biológica, el “Plan Argentina Innovadora 2020” que brinda una visión acerca del sistema agro-bioindustrial de generación de valor y cadena de valor, entre otros.

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Desde otra perspectiva, se hallan Ministerios como el Ciencia, Tecnología e Innovación o el de Agricultura, Ganadería y Pesca que son actores centrales del impulso del sector bioeconómico con diversas trayectorias que llevan a cabo y en particular, mencionar la promoción de energía derivada de la biomasa (PROBIOMASA) que es de gran relevancia debido a la producción de energía térmica y biomásica.

Actualmente, dentro de la estructura ministerial del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca se encuentra la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional que en conjunto con el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura llevan adelante el “Observatorio de Bioeconomía” como herramienta potencial para el análisis estadístico y conceptual metodológico para la estructura productiva.

Todos estos avances han permitido generar que la matriz productiva pueda ser más diversificada y poniendo en contexto geográfico un mapa de las regiones bioeconómicas de la Argentina que constituyen un hito importante para las decisiones de política económica.

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Sin embargo, no existen claras definiciones de estrategia que lleven a una Biorrevolución de la economía, ya que no solo se trata de compromisos sino también de que se permitan poner sobre la mesa objetivos claros, concretos y alcanzables-cumplibles que se construyan sobre la base de los desafíos económicos, sociales, ambientales, culturales y sobre todo políticos.