Los abrazos, más que simples gestos de afecto, son herramientas poderosas para el bienestar físico y emocional. Según investigaciones científicas, cuando abrazamos a alguien, nuestro cuerpo libera oxitocina, conocida como la hormona del bienestar, que no solo nos hace sentir más felices y relajados sino que también reduce significativamente el estrés.

Este acto de cercanía física tiene un impacto profundo debido a nuestro sentido del tacto, uno de los más influyentes para el cerebro. Al recibir un abrazo, la piel envía señales directas a la parte del cerebro encargada de las emociones, lo cual activa la liberación de serotonina y endorfinas, hormonas que promueven sensaciones de placer y calma.

El Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP) enfatiza que los abrazos son cruciales desde el primer año de vida, ayudando significativamente en el desarrollo físico y mental de bebés y niños. El contacto estrecho, como el que ocurre durante la lactancia materna, no solo fortalece el vínculo entre la madre y el bebé, sino que también promueve un desarrollo cerebral saludable.

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Además, la ciencia ha demostrado que los abrazos mejoran las relaciones interpersonales tanto en el ámbito familiar como en el matrimonial, ayudan a combatir el insomnio, incrementan la autoestima y pueden incluso prolongar la vida. Estos beneficios están relacionados con la capacidad de los abrazos para estimular el desarrollo neuronal y mejorar la supervivencia celular.

Por otro lado, la ausencia de contacto físico como los abrazos puede tener efectos negativos en la conducta, incluyendo la propensión a hábitos dañinos como la ingesta compulsiva de alimentos, el tabaquismo o el consumo excesivo de alcohol. En contextos de aislamiento o soledad, la falta de un abrazo puede exacerbar estos comportamientos.

En resumen, los abrazos son más que un simple acto de conexión humana; son una necesidad biológica y emocional que ayuda a mantener la salud mental y física. En una sociedad donde el estrés y la ansiedad están en aumento, no subestimemos el poder curativo de un simple abrazo.

Fuente: La Nación.