Por Daniel Colombo

Quizás hayas oído hablar de Diógenes, aquel filósofo griego que vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza material extrema en una virtud. Sus únicas pertenencias eran un manto, una bolsa de piel, un bastón y un pequeño cuenco.

Siglos después, su nombre también identifica al trastorno que padecen millones de personas: el de acumuladores compulsivos de cosas innecesarias. Parten de la base de que alguna vez lo van a necesitar, y “por las dudas”, lo acumulan.

El asunto es que la sumatoria de tantos elementos se convierte en montañas de inutilidades físicas y hasta emocional, que, a su vez, se transforman en un caos y una maraña de enorme tamaño de la que la persona no logra salir.

Estoy seguro de que tú, como yo, guardamos en nuestros dispositivos electrónicos material que, posiblemente, sabemos que jamás vamos a volver a necesitar. Incluso tenemos esas fotos que salieron movidas, o aquel archivo que ya fue reemplazado por un documento que quedó firmado y es el único que tiene validez.

Sin embargo, por algún motivo, lo conservamos, al igual que conversaciones de Whatsapp, o tener chats extensísimos y pesados, llenos de fotos e imágenes, que podríamos eliminar de un plumazo.

El problema no es la foto que queremos conservar, o ese documento específico, sino la tonelada de basura digital que almacenamos y que convierten en un caos nuestra productividad.

La mayoría de las personas no sigue ningún tipo de orden ni protocolo de archivo en dispositivos electrónicos. Pese a disponer de múltiples servicios de almacenamiento, por dejadez o no tener incorporado el hábito de la meticulosidad, arrojan los despojos digitales en cualquier lugar, incluso sin denominaciones claras en los nombres de archivo, lo cual luego hace más difícil ubicarlos.

El fenómeno del que se empieza a hablar no implica que no podamos tener una copia de seguridad de todo lo que te resulta relevante; sino que es necesario, como una forma de reciclar la memoria RAM de los dispositivos (y, más aún, de nuestra mente), que hagamos una profunda limpieza descartando aquello que ya no nos sirve.

Cual clonados con el espíritu de una Marie Kondo cibernética, lo ideal es deshacerse de la idea de que retener da seguridad. Desde el desarrollo humano, retener lo único que trae es estancamiento y la imposibilidad de avanzar y abrirse a lo nuevo.

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Aquel pequeño cuenco que el griego Diógenes tenía entre sus escasas pertenencias, un buen día lo regaló a un niño al que vio tomando agua con las manos.

Con la misma convicción, decisión y fortaleza interna, aquí tienes cinco pasos para deshacerte de todo lo digital que ya no utilizas y que, con seguridad, en la mayoría de los casos no necesitarás jamás:

1. Ordena todos tus dispositivos digitales

Ya sé que llevará tiempo y disciplina, porque no sólo hay que ordenar, sino mantenerlos al día. Deja exclusivamente lo que sabes que podrías necesitar, o lo que quieres. Todo lo demás, lo borras, sin más.

Separa cada por categorías, tantas como sea necesario. Y, dentro de éstas, recomiendo que dividas lo que es personal del mundo profesional, y utilices siempre el mismo criterio: este patrón busca que implementes un hábito permanente que te ayudará a sostenerlo con mayor facilidad.

Lo ideal es que mantengas toda la información ordenada en un solo dispositivo, con su correspondiente back-up diario en la nube, o externo si quieres asegurarlo aún más.

2. Elimina todos los duplicados de todo, y destruye lo no relevante

¡Qué levante la mano el que no tenga en sus dispositivos cosas duplicadas! Fotos, documentos, presentaciones… Es hora de dejar -si fuesen realmente útiles- una sola copia.

En cuanto a la mensajería instantánea, tal vez hayas tenido conversaciones de una sola vez con alguien: si no has agregado su teléfono es posible que puedas borrarla; lo mismo que viejos grupos de Whatsapp o Telegram donde ya no interactúas. Sigue de la misma forma con cada lastre digital que acumulas.

¡Y qué decirte de esa enorme cantidad de aplicaciones que alguna vez descargaste, pero que no usas! (Es más, ya no recuerdas para qué servían). Bórralas de una sola vez, y verifica que no tengas la renovación automática de las membresías. Te confieso que he trabajado con personas que seguían pagando unos 50 dólares al mes por cosas que hacía al menos tres años que no usaban.

En esta era de Internet casi todo lo podrás encontrar en línea: memes, información, gif, videos. Borra todo lo que no necesitas en tu momento presente. Haz del minimalismo digital tu principio de vida.

Una vez que los envías a eliminados, elimínalos del todo (sí: pon la papelera de reciclaje bien a la vista, y dale borrar).

3. Ordena como si todo eso estuviese a la vista

Cierra los ojos por un momento ahora mismo: imagínate que todo lo digital tiene forma física: ¿Cómo se vería delante de ti? ¿Cómo estaría conformada esa imagen mental que estás teniendo? ¿Sería ordenada o no? ¿Habría montañas de elementos apilados? ¿Tendrías la misma sensación que tienen los acumuladores compulsivos: que las cosas cobran vida y se les vienen encima y pueden aplastarlos?

Bien: vuelve aquí, y disponte a ordenar.

Haz “canastos” (carpetas) bien rotuladas (tituladas) con nombres que sean precisos para que puedas localizar cada material (documentos, información). Dentro, ponle divisores (subcarpetas) igualmente de claras.

4. Evita hacer un lugar que se llame “Otros” o “Varios”

Estoy casi seguro de que podemos caer en la tentación de que todo lo que no sabes dónde clasificar, lo enviarás a un lugar que sea el basurero del basurero. Pues no: búscale su espacio, o bien, bórralo por completo.

En mis entrenamientos con altos ejecutivos en temas de gestión del tiempo tomamos uno o dos días completos junto a su computadora y celulares ordenando la información. Te asombrarías del alivio que sienten una vez que terminamos con la tarea, que implica priorizar, analizar, conservar sólo lo indispensable e irreemplazable, y descartar.

5. Amígate con el botón “borrar”

El momento crítico llega cuando ya tienes todo ordenado, y sabes lo que sigue: dar “delete”.

Te revelaré un truco para que no te cueste tanto este momento:

¿Haces fotos de tu familia? Seguramente has tomado algunas más por las dudas: elige la mejor y las demás, las borras, y de inmediato, vuelves a borrarlas.

¿Tienes un carrete de fotos llenas de los duplicados de las redes sociales? Haz limpieza al final del día.

¿Muchos correos sin procesar ni leer? Borra todo lo que no has utilizado de un mes a esta parte, y pon al día sólo lo del último mes. A partir de entonces, mantén siempre al día tu e-mail. Tú (y tus remitentes) te lo agradecerán.

Para terminar: seguramente en tu casa almacenas muchos dispositivos que ya no utilizas. Hazte un favor: dónalos a las organizaciones que reciclan tecnología. Si no sirven definitivamente, deséchalos en forma segura. Averigua en tu ciudad el protocolo más conveniente según el tipo de material, ya que muchos suelen tener componentes contaminantes, como las baterías.

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Yo me he puesto en mi mente el siguiente hábito: cuando dudo sobre si debería conservar algún material en mis dispositivos, me imagino que eso me va a costar uno o dos dólares. Imagínate que elimino la mayor cantidad de cosas posibles. Y lo hago no solo en digital sino físico: cada seis meses desarmo y armo toda mi casa por completo, y reciclo, dono o desecho todo lo que no he utilizado en ese periodo; por ejemplo, la ropa o ciertos libros.

Te invito a practicarlo y a empezar a tomar consciencia de espacio de energía interna que ocupa todo lo que acumulas en tu vida, aunque no lo tengas frente a tu vista.

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