Nuestro cuerpo se ha convertido en una llave que abre puertas digitales. Desde hace años usamos las huellas de nuestros dedos para desbloquear nuestros teléfonos, algunas personas aún no tienen esa función en sus teléfonos, pero sí viven dejando parte de ellos para acceder a plataformas y aplicaciones. ¿Cómo funciona este mundo, en el que muchas cosas parecen gratis pero sabemos que no lo son?

El costo de tener cosas gratis

Facebook, Instagram, Twitter, juegos entretenidos para pasar el día, aplicaciones que reconocen esa canción que no conoces, test de personalidad, mapas celestiales que dictan tu horóscopo y que recopilan tu fecha de nacimiento, intereses y más. Todo esto lo puedes hacer gratis desde tu celular, sólo necesitas acceso a Internet –incluso hay aplicaciones con las que ya no necesitas consumir datos para usarlas– e incluso hay lugares donde a cambio de algunas preguntas, te regalan horas de acceso a la red.

Parece algo gratis, pero en realidad estás pagando todo eso con información personal. Cada vez que navegas en Facebook y entras a grupos de tu interés, toda la data recopilada la almacena Facebook para después mostrarte publicidad personalizada.

Esto no es nuevo. Desde hace años cuando googleabas algo, el big data comenzaba a trabajar para mostrarte lo que podrías comprar. En ese entonces parecía una ganancia, pues al ser un buscador y no tener una inteligencia artificial tan precisa como ahora, en verdad parecía una ganancia, pero ahora vivimos en una era más cercana a Black Mirror que a una utopía tecnológica.

Hace unos días en un grupo de Whatsapp –compañía que pertenece a Facebook– un amigo preguntó dónde podía comer un buen cheescake en la ciudad. La conversación no fue de más de 6 mensajes en los que la palabra cheecake sólo se mencionó dos veces y después cambiamos de tema.

Sin embargo, 10 minutos después, una de las personas de ese grupo –que no había participado en ese intercambio de mensajes– envió una captura de pantalla en la que Facebook ya le estaba mostrando publicidad acerca de ese postre.

Hoy muchos memes muestran lo que la gente sospecha desde hace mucho, que el micrófono del teléfono se activa para escuchar las conversaciones de los usuarios y seguir recopilando información, pues muchos juran que después de una conversación, incluso sin haber buscado nunca algo relacionado a eso en sus teléfonos, aparece publicidad acerca de lo que comentaban.

El futuro es ahora

Hoy los bancos nos piden acceso a nuestra cuenta por medio de nuestra voz, pero, ¿qué tan seguro eso eso? las extorsiones telefónicas se limitan a hacernos decir “sí” o “no”; nos venden la idea de que usar nuestro rostro para desbloquear nuestro teléfono o hacerlo un emoji animado es una buena idea, pero ¿cuánto falta para que nos obliguen a ver –sin quitar los ojos del teléfono– un anuncio para así poder seguir navegando?

Hoy en China existe un gran programa de reconocimiento facial que va de la mano con un sistema de puntos por buen comportamiento para los ciudadanos. El mensaje es claro, el que nada debe nada teme. Si no haces nada malo, ¿por qué te molestaría que el gobierno pueda ver cada uno de tus movimientos? Estos programas hacen que los pobres vivan en una marginación aún mayor y que el miedo de ser sorprendidos haciendo algo malo se convierta en terrorismo local.

Estos programas están comenzando a ser exportados. Hoy muchas empresas –propiedad privada por lo que uno debe someterse a sus normas si quiere laborar ahí– lo usan, pero poco a poco los países occidentales comienzan a ver eso como un arma para combatir la delincuencia. Y así es como nos acercamos cada vez más a un mundo como el que imaginó George Orwell en “1984”.

Fuente:

Vox

Vice