Aunque en los últimos años, organizaciones vegetarianas y activistas en contra del maltrato animal han realizado un gran esfuerzo para difundir las desventajas que conlleva el consumo de carnes rojas y procesadas para la salud, recientemente se ha dado a conocer un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que parecería dar el sustento científico que muchos necesitaban para repensar la manera en que eligen alimentarse.

La alarma pareció activarse cuando un grupo especializado de este organismo difundió un informe que sostiene que consumir carne procesada (como hamburguesas, salchichas, embutidos y otros productos) podría aumentar los riesgos de sufrir cáncer. Del mismo modo señala que el consumo de carne roja podría ser también probablemente cancerígeno.

Según los datos de la OMS, alrededor de 34.000 muertes por cáncer al año podrían atribuirse a dietas que incluyen gran cantidad de carnes procesadas, es decir, "cualquier tipo de carne que ha sido transformada con sal, curación, fermentación, ahumado, para mejorar el sabor y preservar el alimento".

El trabajo se ha basado en más de 800 estudios científicos sobre la relación entre el consumo de estos alimentos y distintos tipos de cáncer en varios países. La conclusión a la que han llegado es que el consumo diario de 50 gramos de carne procesada podría aumentar el riesgo de contraer cáncer colorrectal en un 18%. También hay evidencias de la posibilidad de incrementar el riesgo de sufrir cáncer de páncreas y de próstata.

Debido a esto, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) colocó a la carne procesada en el llamado "Grupo 1" de sustancias cancerígenas consideradas peligrosas para el ser humano, al igual que el tabaco, el alcohol y otros compuestos como el arsénico. La carne roja, por su parte, fue clasificada dentro del "Grupo 2A", por su probabilidad de ser cancerígena.

Este estudio tiene un impacto global a nivel público muy importante, ya que hoy en día nuestra alimentación aun está basada, en su mayoría, en productos de origen animal. De hecho, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el consumo de carne per cápita a nivel mundial pasó de una media de 26 kilos en 1970 a 41 kilogramos en los últimos años; siendo Estados Unidos el país que registra el mayor consumo anual por persona de carne con 119.4 kilogramos. 

Esta realidad implica un llamado de atención que merece ser tenido en cuenta por los gobiernos y organismos mundiales, ya que la creciente demanda de productos de
origen animal por parte de la población, ha llevado a la intensificación de los sistemas productivos haciendo que la industria alimentaria hoy mueva grandes cantidades de dinero. Por eso no resultó extraño que el Instituto Norteamericano de la Carne se opusiera y criticara el estudio presentado por la OMS. 

Además de la gran cantidad de grasa y sodio que contienen las carnes, su procesamiento le añade nitratos que se utilizan para preservar el color y prevenir el deterioro, así como también otras sustancias que se forman cuando la carne alcanza altas temperaturas. Además, el hierro hemínico, mineral que se encuentra naturalmente en la carne puede dañar el revestimiento del colon.

Por otro lado, hay un detrás de escena que olvidamos en el consumo: el maltrato que ha sufrido el animal. En los criaderos, se les mantiene con vida y se los engorda a través de una continua administración de tranquilizantes, hormonas, antibióticos y otros tipos de drogas que ingerimos sin darnos cuenta generándonos, al igual que a ellos, enfermedades y desequilibrios en nuestra salud.  Incluso, el trauma del dolor del animal cuando se lo mata produce sustancias químicas en su cuerpo que al llegar al consumidor también generan un gran daño, perpetuando ese dolor. 

Por eso, si en algún momento hemos vivido de manera respetuosa con el medio ambiente, sin maltrato animal y con una mayor conciencia sobre la incidencia de nuestras acciones en lo que nos rodea, ¿por qué no podríamos volver a hacerlo? Sin que eso implique una vuelta hacia atrás en sentido rotundo, rescatar lo bueno que hicimos también es una manera de pensar los desafíos que tenemos hacia delante.