En 2007, en General Daniel Cerri, una localidad en el sur de Buenos Aires, siete estudiantes universitarios con un profundo interés por la apicultura dieron inicio a un proyecto que cambiaría su vida y la de muchas abejas a nivel mundial. Estos estudiantes, provenientes de disciplinas tan diversas como bioquímica, electromecánica e ingeniería agronómica, comenzaron a trabajar en un galpón abandonado con el objetivo de desarrollar un tratamiento orgánico para la varroasis, una enfermedad que afecta gravemente a las colmenas.

Después de varios meses de investigación y desarrollo, este grupo de jóvenes apasionados logró formular un acaricida orgánico que mostró ser altamente efectivo. Este descubrimiento no solo representó un avance científico significativo, sino que también marcó el inicio de su aventura como exportadores globales, con su producto llegando a más de 12 países y siendo utilizado en más del 30% de las colmenas en Argentina.

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El camino hacia este logro no fue fácil. Requirió "una cuota de suerte y mucho trabajo", como menciona Elian Tourn, uno de los fundadores del proyecto y actual presidente de la Cooperativa Apícola Pampero (CAP), organización que estos estudiantes formaron para comercializar su innovación. La cooperativa nació de la necesidad de proporcionar un marco formal a su hallazgo y facilitar su producción y distribución.

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El tratamiento, conocido como Aluén CAP, ha demostrado ser más del 95% efectivo contra la varroasis, ofreciendo una alternativa más segura y sostenible en comparación con los tratamientos sintéticos previos. Además, este acaricida no genera resistencia, no contamina la miel y es seguro para las abejas, resolviendo así múltiples problemas asociados con las soluciones convencionales.

Desde su creación, la cooperativa ha crecido significativamente. Actualmente, emplea a 15 técnicos y trabaja con cerca de 100 productores que gestionan alrededor de 50,000 colmenas. Además, la CAP se dedica a la investigación continua y ofrece asesoramiento, así como apoyo financiero a través de microcréditos y fondos rotatorios para sus asociados, especialmente útiles en años de sequía.

El impacto de este proyecto trasciende las fronteras de Argentina, alcanzando mercados internacionales como Corea del Sur, lo que representa un gran orgullo para los fundadores, quienes comenzaron como estudiantes con una pasión compartida y han logrado influir positivamente en la industria apícola global. Este caso destaca no solo la importancia de la innovación en la agricultura, sino también el poder de la colaboración interdisciplinaria y el compromiso con la sostenibilidad.

Fuente: La Nación.