La vigorexia es un trastorno extendido entre adolescentes que preocupa. En una sociedad que exalta el rendimiento, la apariencia física y la disciplina, el ejercicio suele verse como sinónimo de salud. Pero llevado al extremo, puede transformarse en una adicción peligrosa. La vigorexia o dismorfia muscular es un trastorno psicológico que lleva a quienes lo padecen —especialmente adolescentes varones— a obsesionarse con entrenar y desarrollar su físico, incluso a costa de su salud física y mental.
Qué es la vigorexia y cómo actúa
La vigorexia es una forma de dependencia al entrenamiento extremo. Se caracteriza por una necesidad constante e incontrolable de realizar actividad física intensa, con la falsa creencia de que el cuerpo aún no es “suficiente”. Según la OMS, es un trastorno de conducta adictiva equiparable a otras adicciones como el juego o el consumo de sustancias.
El Dr. Michaël Bisch, experto en adicciones, señala que quienes la padecen pierden el control sobre la frecuencia e intensidad del entrenamiento. La actividad física deja de ser placentera y se convierte en una obligación compulsiva que ignora el dolor, las lesiones y el agotamiento emocional.
Un problema que afecta cada vez a más jóvenes
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Aunque antes era un fenómeno marginal, la vigorexia se extiende rápidamente entre adolescentes y jóvenes adultos, en su mayoría varones. Un estudio sueco revela que entre el 2,8% y el 3,6% de los adolescentes que hacen deporte muestran signos claros de adicción al entrenamiento. La mayoría no está diagnosticada, lo que agrava el problema.
Instagram, TikTok y YouTube han potenciado esta tendencia. Los jóvenes consumen constantemente imágenes de cuerpos hipermusculados, cuidados por entrenadores, nutricionistas y muchas veces alterados con filtros. Esto genera comparaciones destructivas y una autoimagen distorsionada, que puede derivar en conductas peligrosas, uso de suplementos no regulados e incluso esteroides.
Detrás de los músculos, ansiedad e insatisfacción
Muchos adolescentes, como Maxime y Jules (15 y 17 años), se obsesionan con “mejorar su físico” para ganar aprobación social. Lo que comienza como una búsqueda de autoestima termina muchas veces en un círculo vicioso de frustración, ansiedad y exigencia inalcanzable.
Especialistas advierten que esta adicción está vinculada a trastornos de percepción corporal como la dismorfia muscular, y puede derivar en aislamiento, insomnio, trastornos alimentarios y depresión.
Un problema poco detectado
La vigorexia sigue siendo invisibilizada por el mito de que “hacer deporte siempre es bueno”. Por eso, muchas veces los casos llegan tarde a consulta médica o psicológica, cuando el daño ya está hecho. Incluso en hospitales, no existe una categoría diagnóstica clara para este trastorno.
Cómo prevenir y tratar la vigorexia
Algunas instituciones ya trabajan en estrategias de prevención. Se promueven test de autoevaluación, charlas en escuelas y formación para profesores y entrenadores. El tratamiento debe ser integral, incluyendo psicoterapia, educación nutricional, acompañamiento médico y un cambio profundo en la relación con el cuerpo y el ejercicio.
El objetivo no es abandonar el deporte, sino recuperar el placer de moverse sin obsesión ni culpa.