Por José Ramón Alonso Peña, Universidad de Salamanca

“Con clásica, con lo último de Rosalía o en clave chill out, pero se me queda mejor todo”. Podemos coincidir con esta afirmación o, por el contrario, pertenecer al grupo de los que necesitan silencio absoluto durante la lectura y el estudio. A muchos les molesta la voz del cantante, pero mejoran su concentración con piezas instrumentales. Otras personas disfrutan de un texto si lo acompañan con un fondo de ópera. Tenemos, por tanto, una gran variedad de preferencias y de resultados. Quizá la ciencia tenga algo que decir: ¿mejora nuestras capacidades cognitivas la música?

Si la evidencia científica diera una respuesta afirmativa a esta pregunta muchos padres saldrían derrotados de la batalla diaria con sus hijos adolescentes. La escena se repite cada tarde en miles de hogares: el hijo hace las tareas de clase con la música a todo volumen. El motivo del enfado, además de las molestias ajenas y propias, es el firme convencimiento de que en esas condiciones acústicas es imposible que se entere de lo que lee.

Bien, pues parece que la ciencia no confirma los prejuicios de los padres.

Intuitivamente, la duda paterna tiene sentido: resulta contradictorio que podamos concentrarnos al cien por cien en una tarea si la compartimos con otra al mismo tiempo. Es decir, si prestamos atención a una de ellas –en este caso escuchar música– la otra –leer, asimilar, resolver– quedará desatendida. Sin embargo, en este caso el esforzado adolescente puede justificar su conducta, aunque tendrá que argumentar muy bien su respuesta.

Por ejemplo, está demostrado que no son útiles los ritmos repetitivos, ya que resultan muy aburridos y el cerebro no encuentra la chispa novedosa que le hace estar alerta. Tampoco funcionan bien los ritmos muy complejos y caóticos, como los del free jazz, porque no hay un patrón definido y el cerebro no se calma. Según algunos expertos, la clave está en encontrar el punto medio. Este aparece en ritmos similares al funk como los de James Brown.

Un estudio llevado a cabo por el grupo del profesor Morten Kringelbach revela que nuestras redes neuronales tienen mayor preferencia por este estilo musical porque no es ni muy predecible ni muy caótico.

Sabemos que escuchar música produce una serie de emociones que causan reacciones fisiológicas y modifican nuestro estado de ánimo. Estas sensaciones placenteras nos predisponen a la acción, también a la cognición. Nuestra música favorita no solo nos proporciona felicidad, sino que mejora la concentración, nuestro rendimiento laboral y, en ocasiones, el intelectual. Así lo demostró la investigadora Teresa Lesiuk, tras estudiar el efecto de la música en los trabajadores de una pequeña empresa. Estos terminaban sus tareas más rápido y generaban ideas más originales que los que trabajaban en silencio. Si estamos contentos, somos más creativos.

La música tiene otra ventaja. En el momento en el que nos ponemos los auriculares, nos protegemos del resto de distracciones. El mecanismo es sencillo: nuestro cerebro tiene dos sistemas de atención: uno consciente, que nosotros controlamos, y uno inconsciente, llamado red neuronal por defecto, que actúa por su cuenta. Este sistema inconsciente no se cierra mientras llevamos a cabo una tarea, así que hasta el ruido más ligero puede acabar con nuestra concentración: del tic-tac de un reloj al zumbido de la nevera. La música calma la actividad de esta red por defecto y minimiza la actividad entre áreas del cerebro responsables de un estado de alerta permanente que nos ha ayudado a sobrevivir como especie.

Depende, todo depende

En su estudio, Lesiuk hacía hincapié en la importancia de la elección personal del tipo de música para mejorar la concentración. Si la opción es el silencio, una autoevaluación sin engaños del éxito o fracaso de la música como herramienta de apoyo ayudará a decidir si seguir utilizándola o no. No hay una estrategia clara; los estudios sobre los efectos de la música de fondo durante el aprendizaje no son concluyentes.

Las variables a tener en cuenta en estas investigaciones son muchas y los experimentos con tantos factores son complicados. Las circunstancias y los gustos musicales son esenciales para obtener resultados, pero son muy diferentes en cada persona. Incluso para la misma tarea la música de fondo puede facilitar, perjudicar o no tener ningún efecto en el aprendizaje de contenidos nuevos.

Las variables que desempeñan un papel importante en estos experimentos incluyen las diferencias individuales (carácter, entrenamiento musical, preferencias musicales, hábitos de estudio). También influye el tipo de tarea cognitiva (resolución de problemas, comprensión lectora, memorización) y el contexto (en el aula o en la habitación, solo o en compañía).

La elección de la música es otro factor a tener en cuenta. Conviene conocer la sensación placentera que provoca la música en el estudiante por sí misma, cuando se escucha sin otra tarea simultánea. El tempo de la música es importante, igual que la intensidad o el ritmo. Hay que valorar la influencia de la voz que canta, la ausencia de ésta, si son melodías conocidas o nuevas para el que escucha. Como vemos, las condiciones de la prueba y las interacciones entre ellas son muchas y complican la búsqueda de un modelo con una conclusión general y directa.

Con todo, los resultados únicamente confirman la inconsistencia de los estudios. Un último ejemplo ilustrativo proviene de un estudio que midió la comprensión de lectura y la memoria para listas de palabras en diversas condiciones: mientras se escuchaba un canto a capella, con canto y música instrumental a la vez, solo música instrumental, con una voz que no canta sino que habla y, por último, en silencio absoluto. Aunque se podría esperar que las condiciones con el canto o el habla fueran las más desfavorables, no fue así; la prueba de comprensión lectora tuvo los mismos resultados que cuando los participantes leyeron en las otras condiciones ambientales.

Tenemos entonces a nuestro adolescente preparando sus exámenes con la música “a todo trapo” y vemos que no hay evidencias científicas para apoyar la solicitud de silencio por parte de los padres, al menos alegando que no le beneficia. De cualquier modo, unos auriculares y unos buenos resultados en sus calificaciones servirán para aliviar los dolores de cabeza paternos.


Este artículo ha sido escrito en colaboración con la profesora de instituto y experta en educación y neurociencias Marta Bueno.


Una versión de este artículo fue originalmente publicada en el blog del autor, Neurociencia


José Ramón Alonso Peña, Catedrático de Biología celular. Neurobiólogo., Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.