Margot Friedländer dice que ha vivido cuatro vidas diferentes en sus 100 años, pero el momento que la marcó para siempre fue cuando la primera se convirtió en la segunda. Fue cuando, tras sus primeros años de felicidad en Berlín, se escondió por 15 meses de las autoridades nazis y después sobrevivió un año en el campo de concentración de Theresienstadt.

La escena, relatada en sus memorias publicadas en 2008, ocurrió el 20 de enero de 1943 en el apartamento de una pareja que apenas conocía en el distrito de Kreuzberg, donde sabía que su madre acababa de estar. Ella tenía 21 años y respondía al nombre de Margon Bendheim. Le dijeron que su madre había ido a reunirse con Ralph, su otro hijo. El hermano de Margot había sido detenido esa tarde por la Gestapo.

Le entregaron el bolso de su madre, que contenía una libreta de direcciones y un collar de ámbar, y le trasmitieron su último mensaje: "intenta hacer tu vida". "Estas palabras dieron forma a mi vida", explica Friedländer a DW durante una exposición de retratos suyos, uno de los homenajes organizados esta semana en Berlín por sus 100 años, que se cumplieron este viernes (05.11.2021). "Siento que he logrado algo, no solo por mi madre, no solo por seis millones de judíos, sino por los muchos millones de personas que fueron asesinadas porque no quisieron hacer lo que les decían", expresó.

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"Intenta hacer tu vida"

Aunque Friedländer no se enteró hasta décadas después, su madre y su hermano fueron asesinados en Auschwitz pocas semanas después de su arresto. Su padre, que había huido a Bélgica años antes, ya había sido asesinado previamente. Sesenta y cinco años después, el mensaje final de su madre se convirtió en el título de las memorias de Friedländer, un libro que inició el trabajo de recuerdo y educación que ha ocupado su última década en Berlín, adonde regresó definitivamente en 2010.

No fue fácil. Mucha gente intentó disuadirla. Otros sobrevivientes del Holocausto que conocía en Nueva York, incluido su primo Jean, se opusieron. Su propio marido, Adolf Friedländer, otro superviviente del Holocausto a quien había conocido en Theresienstadt y que murió en 1997, siempre había rechazado con vehemencia las ocasionales invitaciones que le habían llegado a lo largo de los años de parte del gobierno de Berlín.

"A menudo me pregunto si volver aquí fue lo correcto", recuerda Friedländer en A Long Way Home, un documental de 2010 coproducido por DW. En la misma película, Margot admitía tener sentimientos incómodos ante algunos berlineses. "Todavía soy muy recelosa con las personas de mi generación que conozco aquí. Ellos fueron los que vitorearon a los nazis en ese entonces. Y no hicieron nada para detener lo que estaba pasando. Todo el mundo lo sabía y miraron hacia otro lado. Aunque regresé, todavía es algo que me afecta profundamente", lamenta.

Para las próximas generaciones

Pero todas esas dudas se diluyeron con el trabajo que emprendió desde entonces. Se dedicó a dar conferencias, a los 87 años de edad, especialmente en escuelas. "Me escuchan con atención", dice ahora sobre los estudiantes. "He recibido -no sé- 1000 cartas. Les digo: lo que pasó no se puede cambiar, pero esto es por ustedes", explica. "Esa se convirtió en mi misión".

La vuelta de Friedländer a Berlín fue sido recogida en una trilogía de documentales realizados por Thomas Halaczinsky, cineasta alemán residente en Nueva York. El primero de ellos, Don't Call It Heimweh (no lo llames nostalgia por el hogar), con ocasión de su primera visita a Berlín en 2003. "Veía cómo los efectos de la historia alemana, del fascismo, de la opresión, del Holocausto, realmente continúan en las vidas de personas como Margot, que luchan por aceptar sus vidas y su propia identidad", dice el director a DW.

Friedländer había pasado 15 meses escondida en Berlín, protegida por alemanes no judíos, mientras que al mismo tiempo otros alemanes asesinaban a su familia. "¿Cómo alguien a esa edad encuentra realmente el equilibrio?" pregunta Halaczinsky. En la segunda película, A Long Way Home (un largo camino a casa), ella misma se hace la pregunta: "¿Cómo puedo sentir nostalgia por Alemania después de que los alemanes mataron a mis padres?". Y se responde: "precisamente por eso vine aquí, para conocer a los jóvenes que no tuvieron nada que ver con eso".

Un servicio para Alemania

Esa conflictividad interna parece estar muy lejos 18 años después de esa primera visita. Desde entonces, Friedländer ha recibido multitud de condecoraciones y ciudadanías honorarias. Ha protagonizado exposiciones, libros, películas y hasta una novela gráfica, se le han pintado retratos y fundido bustos. La Fundación Schwarzkopf, creada para animar a los jóvenes a que se involucren en política, fundó un premio anual en su honor en 2014, a menudo entregado por Angela Merkel.

A los elogios se suma la probable próxima alcaldesa de Berlín, Franziska Giffey, que también estuvo en la inauguración de la exposición el martes. "Creo que es un modelo para todos nosotros", dijo a DW. "Ella comparte su experiencia con niños, jóvenes y gente de todas las edades", algo "muy importante para nuestra educación política hoy", afirma. "Escuchar esta voz, en su centenario, es muy importante para todos los que defendemos una sociedad libre y abierta", concluye.

Friedländer "tiende una mano de reconciliación", explica el presidente de la Fundación Schwarzkopf, André Schmitz. "Nos lo pone fácil a los alemanes: es encantadora, alegre, disfruta que la escuchen, no nos acusa, pero dice 'cuidado, esto fue posible una vez y sigue siendo posible siempre'. Es un servicio incalculable".