Cuando dije que viajaría sola, muchas personas me miraron sorprendidas. Tengo que reconocer que en un punto, eso me dio miedo e incluso me hizo sentir extraña.

Pero una vez que estuve sentada en el avión comprendí que todos esos temores no tenían sentido en el viaje que me animaba a emprender. Por delante estaba la aventura y a mi lado yo, que sería mi mejor y más íntima compañera de viaje.

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Al viajar sola conocí muchas personas, visité sitios muy distintos, y experimenté sensaciones de todo tipo, algunas de ellas, muy intensamente. Porque ésa es una de las cosas más lindas que tiene viajar: todo se percibe de una forma mucho más intensa a la habitual. Por eso tantos se enamoran con la idea de vivir viajando.

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Pero al volver es como si todo eso se desvaneciera. Las expectativas, la emoción, la sensación de adrenalina frente a lo desconocido... Muchas personas experimentan una especie de tristeza al regresar que, en algunos casos, incluso las impulsa a volver a tomar la mochila y partir nuevamente.

Viajar nos mueve por dentro, y no solo por fuera. Nos invita a replantearnos la vida que llevamos y que queremos construir. Pero si elegimos volver a casa, no todas las lecciones que aprendimos deben quedar en un cajón de recuerdos. En esta nota te compartiré 10 de las enseñanzas que puedes seguir aplicando.


1. Usar la intuición como guía

Nadie como tú mismo sabrá dónde ir, dónde no, con quién sí y con quién no. Hay algo dentro de ti, una inteligencia superior, que hace que lo sientas. Es muy sutil, pero yo he aprendido que de viaje es muy valioso, como una especie de brújula interna que puedes usar a tu favor, también al volver a casa.

2. Quedarte cerca de quien te haga sentir bien, y alejarte de quien te genere inseguridad

De viaje es relativamente más sencillo tomar distancia de quien no sentimos afinidad, y acercanos a quien sí. En la vida de todos los días deberíamos actuar con la misma sabiduría, y no permanecer cerca de quien nos hace daño, más allá del vínculo que ya exista con esa persona. ¿No lo crees?

3. No poner el “NO” por delante

De viaje uno está más predispuesto a tomar nuevos desafíos y aventurarse a lo desconocido. ¿Por qué cuando volvemos no estamos igualmente receptivos? Aplicarlo es simple. Muchas veces pasa por no anteponer el "no" (o los miedos) por delante.

4. Comer de forma tranquila y espaciada

Cuando viajas y estás conectado con lo que te rodea y la experiencia en sí, tu cuerpo fluye con mayor naturalidad. Y lo que comes, probablemente esté alineado con eso. No con una rutina, o con excesos, que a menudo tienen que ver con la ansiedad y el estrés.

5. Cultivar el desapego

En los viajes aprendes que los vínculos que construyes pueden ser muy intensos, pero también en algún momento, cada persona toma su rumbo, sigue su viaje. Y no vives eso de forma dramática, sino con naturalidad. Del mismo modo, aprendes que si quieres hacer algo y otro también, puedes compartir el camino sin que eso signifique construir una amistad o cualquier otro tipo de relación. Es decir, aprendes a ver los vínculos en función de los momentos y las situaciones, sin rencor.

6. Disfrutar los momentos de soledad

Cuando viajas disfrutas sentarte solo a mirar la puesta de sol, o caminar por la playa, o subir una montaña, o simplemente recostarte en soledad y silencio.

7. Preguntar primero siempre hacia dentro (y escucharse) qué quiero, qué tengo ganas de hacer

Estamos acostumbrados a quizás preguntarle a varias personas antes de decidir algo, o dudar. Pero de viaje aprendes que muchas de esas respuestas están en ti, solo es cuestión de tener (o desarrollar) la confianza para oírlas.

8. Llevar lo indispensable

De viaje economizamos espacio, dinero, etc, etc. Al volver a casa deberíamos poder aplicar lo mismo: conservar solo lo que en verdad necesitamos, y desprendernos de lo demás que, al fin de cuentas, solo termina siendo "una carga".

9. Usar el ingenio

Viajar también despierta el ingenio: a la hora de cocinar, de reparar algo que se rompe, de trasladarnos, etc. Lo mismo podríamos hacer al volver a casa, ¿no?

10. Equilibrar la organización con el dejarse fluir

De viaje también aprendemos que la planificación es útil, pero también eso que planificamos puede variar, ¡y es genial que eso pase! Al volver a casa sería genial poder aplicar esa misma flexibilidad. ¿No lo crees?

Al fin de cuentas, si sientes en tu corazón el espíritu viajero podrás vivir con mayor libertad y no necesitarás constantemente desplazarte para sentirte en movimiento.