Hay cosas que uno piensa que jamás verá, que el mar se incendia es una de ellas. Sin embargo, el año pasado atestiguamos uno de los desastres fósiles más impactantes, un ojo de fuego en medio del Golfo de México que ardió por horas, la imagen le dio la vuelta al mundo, se volvió muy famosa, pero aunque todo el mundo lo conoce, en realidad todavía no sabemos bien qué fue lo que pasó.

“Tormentas eléctricas y una fuga de gas”, esa fue la explicación de Pemex, pero después de un año de exigir que nos digan cuáles fueron las causas de la fuga y, sobre todo, que hagan público el análisis de impacto ambiental y el plan de remediación que supuestamente tendría que existir, lo único que hay es silencio y la vieja apuesta de que la gente olvida pronto.

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Lo que sí sabemos es que incidentes como el ojo de fuego son graves, el aumento de concentración de metano en el agua, las explosiones submarinas y el aumento de la temperatura en un ecosistema marino pueden ser fatales para la flora y fauna de la región, muchas de ellas en peligro de extinción. También sabemos que, lamentablemente, el ojo de fuego no es un hecho aislado, es cuestión de googlear 'accidentes Pemex’ para encontrar un montón de notas, artículos, listas que exponen derrames, explosiones, incendios, fugas, etc. Que además del impacto ambiental también han dejado cientos de trabajadores heridos o muertos.

Aunque pueda ser difícil de creer, el ojo de fuego y los incidentes son solo un síntoma de un problema mayor. La industria fósil es responsable directa de megaproyectos que dañan ecosistemas y desplazan comunidades, de la contaminación del aire que ahoga nuestras ciudades y que es la principal responsable de las emisiones de gases efecto invernadero causantes de la crisis climática que vivimos.

En ese sentido, los y las científicas expertas en el tema han dejado bastante claro que la única manera de poder hacer frente a esta crisis es dejando los combustibles fósiles bajo tierra. Paradójicamente y en pleno aniversario del ojo de fuego, el gobierno inaugura su megaproyecto estandarte y la materialización de su idea de futuro: La refinería Olmeca en Dos Bocas, Tabasco. Resulta paradójico no sólo por la “coincidencia” entre ambas fechas, sino porque el proyecto se ubica en uno de los estados que más sufre la crisis climática y la inequidad en el acceso de energía. Tabasco ha sido una región rica en petróleo y por lo tanto rica también es este tipo de proyectos y de sus impactos, pero que nunca han probado las mieles “de la riqueza petrolera” y es que el estado se encuentra entre los que mayor porcentaje de su población sufre de pobreza energética.

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También la naturaleza nos recuerda frecuente y crudamente en Tabasco y el resto del país que la crisis climática es real, que la crisis climática está aquí y que se ve de muchas formas, desde pueblos enteros que son devorados por el aumento del nivel del mar a unos kilómetros de la refinería, huracanes que devastaron la costa de Oaxaca, mega incendios forestales que consumen bosques y selvas, hasta las olas de calor y la sequía en el norte, con impactos muy severos en ciudades como Monterrey.

Es por eso que resulta preocupante ver la dirección que nuestro país adopta en materia de acción climática y en materia energética, porque estos síntomas mencionados, además de estar conectados se agravan rápidamente. Por tanto, cuando hablamos de actuar y proteger el clima estamos hablando de proteger a la gente.

Actuar por el clima es evitar que la crisis climática avance, es evitar que millones de personas estén en riesgo de perder sus casas, sus fuentes de empleo, sus vidas; es también frenar los impactos que hacen que miles de personas tengan que dejar sus hogares para buscar lugares más seguros, frenar la extinción masiva de plantas y animales.

Actuar por el clima no puede ser una opción para las autoridades, debe ser una obligación hacia su pueblo y si no lo saben, es muy importante que todas y todos se lo hagamos saber.