En el marco del Día de la Tierra, en este 2022 es de relevancia hablar de ello, ya que este año se pretende retomar el Plan Estratégico entre naciones para detener la pérdida de biodiversidad y que se ha pospuesto en estos dos años de pandemia; es un año decisivo para el futuro de nuestro planeta, todos y todas somos testigos de las extremas temperaturas a las que la crisis climática nos ha llevado y sabemos de alguna u otra forma que depende de nosotros el frenar las consecuencias antes de que acabe esta década.

Los gobiernos de varios países se han dado cuenta de la urgencia de detener el uso de combustibles fósiles, del daño por la deforestación, por la emisión de GEI, del excesivo uso de agua en diversas industrias… pero ojo, no debemos esperar la creación de leyes para corregir todos estos daños. Podemos, de manera individual o familiar, cambiar nuestra mentalidad, una mentalidad que nos tiene atrapados en el consumismo y en la indiferencia; y empezar a realizar pequeños cambios: reducir el uso del automóvil, acercarnos al comercio local, eliminar de nuestra vida los plásticos de un solo uso, reusar, donar o intercambiar artículos del hogar, entre muchas otras acciones que, además de un beneficio directo a la economía del hogar, estaríamos contribuyendo a alargar la precaria salud de nuestro planeta.

En varias de las grandes ciudades ya se está viviendo la escasez de agua potable, precisamente en estos tiempos en los que la higiene es relevante por la contingencia mundial de sanidad que estamos viviendo, pero también las zonas rurales sufren desabasto ya que los ríos y lagos que eran su principal fuente, están contaminados. A sabiendas del desabasto, el sector industrial utiliza descomunales cantidades de este vital líquido, como es el caso de la industria cárnica durante todo su proceso de producción; desde la cría y engorda hasta la comercialización de carne de res, cerdo y pollo principalmente. Esta industria, además de su enorme consumo de agua, causa sufrimiento y explota cruelmente a dichos animales,propicia la deforestación y genera grandes cantidades de CO2 derivado de la operación de sus granjas y de la transportación de sus productos.

A esto podemos agregar el daño que consumir esta carne industrializada produce en nuestra salud: las toxinas de la carne roja y las hormonas agregadas en su procesamiento son causas directas de obesidad, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Una solución que está en nuestras manos es disminuir su consumo; cambiar nuestra alimentación a una dieta rica en proteína de origen vegetal donde las legumbres, las verduras y las frutas sean el plato principal. Esta simple pero impactante decisión mejoraría nuestra salud y la del planeta.

Y hay más que podemos hacer: para traslados cortos usar la bicicleta o caminar si es que hay tiempo, así no sólo hacemos ejercicio, sino que disfrutamos de nuestra ciudad; programar nuestros traslados para usar transporte público en lugar del auto particular y así ir leyendo un buen libro; caminar a la tiendita de la esquina en vez de ir en coche… Estas acciones disminuirían las emisiones de contaminantes que afectan la calidad del aire que respiramos, y mejorarían nuestra economía y la de los comerciantes locales.

Acción de revolución urbana en la ciudad de México

Aunque se ha logrado prohibir desechables y plásticos de un solo uso en las leyes de algunos estados del país, la pandemia ha generado grandes cantidades de estos materiales (además de cubrebocas) y lo que sabemos es que, de alguna manera, llegan a mares y océanos, contaminando por cientos de años estos ecosistemas y dañando la vida de millones de animales marinos, pero está en nosotros y nosotras el contribuir a que este impacto sea menor al reducir o eliminar en nuestros hogares los plásticos de un solo uso. Ojo, aunque sabemos que aunque son materiales reciclables, la triste realidad es que no se reciclan más allá de un 9 % de ellos.

Un dato importantísimo: somos los seres de mayor inteligencia en nuestro planeta, debemos aprovechar esta condición para mejorar las condiciones en las que la flora y la fauna deben sobrevivir; somos parte de la biodiversidad, salvando al planeta, nos salvamos nosotros. Somos los seres de mayor inteligencia sobre este planeta que es nuestra casa: podemos salvarnos y salvarlo. Hagamos por ello con acciones desde lo individual, pero también exijamos a nuestros gobiernos que sean los principales promotores de este rescate.

¡Hola! Soy Rossy, estoy por cumplir 60 años de edad, así que imaginen lo que he vivido en 6 décadas y les quiero platicar mi experiencia como voluntaria ambientalista: Soy maestra y allá por la década de los 90s, llevando a mi grupo de alumnos a una exposición tecnológica, sin saberlo, me tocó ver de cerca la primera acción de Greenpeace en México, fue en la avenida Reforma y subieron a uno de los emblemáticos monumentos para hacer un llamado sobre la contaminación de la capital del país. Me impresioné tanto que decidí acercarme a la organización, pero en esos tiempos me mudé a provincia y perdí contacto con el voluntariado.

Aún así, apoyé a refugios de perros, a organizaciones de ayuda a gente de bajos recursos, trabajé en educación comunitaria del municipio en el que aún vivo, teniendo la oportunidad de impartir clases a adultos y así enriquecer mi experiencia con las vivencias de personas que sufrían de no tener los servicios básicos pero también ver como, en sus comunidades, a falta de grandes supermercados, vivían su día a día sin generar tanto desperdicio, alimentándose con lo que la naturaleza les provee directamente, de una manera sana pero con la insalubridad en la que viven por falta de agua potable y por ver como sus ríos se van contaminando poco a poco por lo que nosotros desechamos desde la ciudad.

Soy de una generación en la que, en nuestra etapa universitaria, escuchábamos del calentamiento global como algo muy lejano y muchos se quedaron con esa idea, por esta razón muchas personas adultas piensan que es algo que pasará algún día pero no están conscientes de que ese futuro ya nos alcanzó; además crecimos con esa mentalidad de consumismo en el que todo era inagotable, de usar y tirar, hablando desde los famosos popotes hasta las colillas de cigarro, sin medir, ni siquiera pensar, en el daño que se estaba ocasionando al medio ambiente.

Por otro lado, como docente, veo la desinformación y la polarización con la que se educa a niños, niñas y jóvenes: por un lado no hay conciencia plena de la crisis ambiental y por otro lado, se cree que ‘alguien’ más debe corregir ese problema. Las y los jóvenes saben que el agua se está agotando por tanta contaminación, pero no se preocupan por no desperdiciarla; apenas en los últimos años se habla de agregar temas y asignaturas donde se hable y se trate de concientizar sobre el daño que causamos a la naturaleza, sobre el riesgo en que viven varias especies de llegar a la extinción, pero aún falta mucho para que la sociedad, en conjunto, actúe para detener y prevenir más esas actividades que están acabando con nuestro planeta.

Muchos me critican por ‘perder el tiempo’ como voluntaria, en los últimos 6 años, dentro de Greenpeace México, he logrado participar en diversas campañas, tanto locales como nacionales e inclusive internacionales, como ‘Protege los Océanos’ en la que tratamos de que las autoridades de todos los países se comprometan a proteger al menos la tercera parte de los océanos, donde la biodiversidad está sufriendo y muriendo por toda la contaminación que generamos.

Todos y todas, desde nuestro hogar, podemos aportar algo para mejorar nuestro entorno. Parece una lucha inútil pero recuerden: pequeñas acciones pueden llevarnos a grandes soluciones.

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Rosa Abdallá, Ing. Mecánico Electricista, con 40 años de experiencia docente, toda una vida dedicada al activismo en diferentes ámbitos socioambientales, 6 años como voluntaria en Greenpeace y 3 años como coordinadora en el grupo local del estado de Hidalgo.