El agua recubre alrededor del 72% de la superficie terrestre y curiosamente también compone cerca del 70% del cuerpo humano. Es una sustancia natural indispensable para la vida, que puede expresarse de mil maneras asombrosas… en la danza dulce de una gota resbalando en una hoja o en la majestuosidad de unas cataratas desbocadas. Y aunque algún distraído aún sostenga que es un recurso inagotable o de acceso generalizado debido a la época de avances que vivimos, no lo es: según la Organización de las Naciones Unidas, actualmente más de 2 mil millones de personas en el mundo habitan en naciones con estrés hídrico -es decir, con necesidades de agua superiores al recurso disponible-; en tanto que el organismo estima que para 2050, por lo menos una de cada cuatro personas vivirá en un país afectado por su escasez periódica o crónica.

Tan determinantes se han vuelto estas problemáticas, que en diciembre de 2020, en plena pandemia del Covid-19, el agua comenzó a cotizar en la bolsa de Wall Street, al igual que productos cruciales para las economías como la soja o el petróleo. ¿Pero cuán viable es, con miras a pensar un planeta habitable para el próximo siglo, sostener esta manera global de producir… y ahora también de especular? ¿Hay maneras de conjugar el avance actual de las sociedades con las posibilidades hídricas de sus territorios? ¿Puede haber desarrollo, en los términos productivistas, sin destrucción o transformación severa de los humedales y montes?

Actualmente más de 2 mil millones de personas en el mundo habitan en naciones con estrés hídrico.

“Mi respuesta es que sí, pero claro, en la medida que podamos ser abiertos y creativos en nuestra definición de desarrollo y de transformación del ambiente”, propone el agrónomo Esteban Jobbágy, investigador del CONICET en la Universidad Nacional de San Luis, abocado a estudiar la relación entre producción, ambientes y sociedades haciendo foco en el agua. “Si entendemos que ‘desarrollo’ es una pelopincho por domicilio que se llena con agua potable de red, no lo vamos a lograr. En cambio, si desarrollo es promover la cosecha de agua en los techos de casas, galpones y fábricas, o reciclar aguas grises domiciliarias para riego, se abren millones de posibilidades de mejorar”, se esperanza el investigador.

Jobbágy reconoce que también hay mucho por hacer a gran escala, es decir, en relación con el riego agrícola, principal consumidor de agua aquí y a nivel mundial: “Algunos oasis de riego, los más grandes y con más fuerte identidad de la Argentina como Mendoza y San Juan, son todavía muy ineficientes a la hora de regar. Entre la mitad y un tercio del agua usada llega finalmente a ser consumida por las plantas que la necesitan. Eso es una mala noticia, porque nos ubica cerca de la media global de eficiencia… y estamos para más. Pero es una mejor noticia si vemos que tenemos margen, entonces, para regar la misma superficie o un poco más incluso, simplemente mejorando la eficiencia. Para ello hay que incorporar tecnologías, generar políticas que apoyen ese proceso y salir de una lógica de acaparamiento del agua en estos oasis, abriendo el juego a compartirla con otras provincias y oasis aguas abajo y con ecosistemas naturales que antes la recibían.”

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«Si entendemos que ´desarrollo` es promover la cosecha de agua en los techos de casas, galpones y fábricas, o reciclar aguas grises domiciliarias para riego, se abren millones de posibilidades de mejorar”, Esteban Jobbágy.

Pasar el límite o activarse

Adrián Koberwein es doctor en antropología y también investigador del CONICET. En la actualidad se dedica a indagar en las problemáticas del espacio, el territorio y los conocimientos sobre el ambiente en los conflictos en torno al agua en las Sierras Chicas, provincia de Córdoba.

“El dilema desarrollismo/ cuidado ambiental es una de las preguntas más importantes, y por eso los intentos de respuesta son complejos. Yo creo que sí hay manera de conjugar el desarrollo con las posibilidades hídricas de los territorios. Lo que está por definirse es cuál es esa manera. Dos de las ciencias que tienen por objeto al ser humano, la historia y la antropología social, nos dan sobradas pruebas de que es posible la vida en sociedad sin una destrucción o transformación severa del entorno. El tema es la definición del límite: de ese punto en el que la transformación se vuelve destrucción”.

¿Cómo se define esa frontera que la humanidad no debe traspasar si no quiere devastar el ambiente? Koberwein nos recuerda el umbral definido por los climatólogos, el punto de no retorno relacionado con el aumento de la temperatura del planeta: “El problema es que este límite se ha hecho visible para todo el mundo recién ahora, cuando estamos por atravesarlo. Es como si estuviéramos en un tren rápido, de esos que existen en Europa y que viajan a 300km/h, y viéramos de pronto un precipicio desde la cabina y el puente destrozado. ¿Hay tiempo de frenado? Pues sí, o no, o tal vez… Y mientras discutimos eso, nadie pisa el freno, pero a todos nos divierte ir bien rápido, ¿no?”.

El motor líquido

En el escenario actual de la economía argentina, el agua es un motor fundamental: desempeña un rol central en el desarrollo de la agricultura (principal fuente de ingreso de divisas), en tanto que el 26% de la energía del país se genera a partir de fuentes hidroeléctricas y más del 50% de la demanda industrial proviene de sectores con alta dependencia al agua: productos químicos, bebidas, alimentos. El 84% de las exportaciones salen flotando, a través de la hidrovía Paraná-Paraguay.

Y si bien desde lo formal nuestro país no se encuentra entre los más afectados por la crisis hídrica (está en sexto lugar mundial en cuanto a cantidad de agua dulce per cápita, según un informe de marzo del Ministerio de Ambiente de la Nación), en los hechos, la distribución dispar y el acceso inequitativo al recurso y a los servicios de saneamiento promueven problemáticas muy difíciles de resolver. Estadísticas de la Dirección Nacional de Agua Potable y Saneamiento indican que en los barrios populares argentinos el acceso formal a servicios de agua y cloacas alcanza solo al 11,6% y al 2,5% de los habitantes respectivamente. La meta para 2023 es alcanzar un 88% de acceso a agua potable y un 66% de acceso a saneamiento en toda la Argentina.

Fotografía ilustrativa.

¿Cuáles son las problemáticas en torno al agua que apremian a las provincias argentinas? El agrónomo Esteban Jobbágy ofrece un mapa posible: “Somos un país diverso y desbalanceado en términos de población, atención mediática y, por supuesto, riqueza y recursos para enfrentar los problemas. Específicamente en términos de provisión de agua a las ciudades, tenemos un grupo de urbes de muy alta población incluyendo el AMBA, Gran Rosario y Gran Santa Fe, que dependen de ríos de enorme caudal (Paraná-Uruguay-Paraguay-de la Plata). Allí, las crisis relacionadas con la bajante fueron más de infraestructura y falta de ajustes en tomas y conducción, que de cantidad bruta del recurso. Sin embargo, asomó el problema de las floraciones algares en estos ríos que, ante la combinación de la bajante y los incendios, puede ser una amenaza creciente a futuro.”

“Yo creo que sí existen maneras de conjugar el desarrollo con las posibilidades hídricas de los territorios y, sin duda, es una de las preguntas más importantes de la actualidad", Adrián Koberwein.

En la otra punta existen ciudades como Córdoba o La Rioja, que dependen de cuencas relativamente chicas en sus serranías circundantes. Allí, unos cuantos años secos dejan en situación crítica la provisión de agua. Una salida posible, dice Jobbágy, es recaer en el uso de agua subterránea, como lo hace La Rioja, pero allí aparecen nuevos desafíos, pues la seguridad hídrica pasa a estar ligada a la seguridad energética: hace falta energía eléctrica para bombear agua.

Y, además, aparece otro problema mayor, que comparten muchas de las ciudades que recurren al agua subterránea, que es la contaminación natural de las napas con arsénico. En la llanura pampeana y chaqueña, la falta de cursos de agua con condiciones de caudal y calidad aceptables lleva a utilizar aguas subterráneas. “En casos excepcionales, estas son de excelente calidad, sin embargo, en muchos más tienen un alto contenido natural de arsénico. Aún sin que las aguas tengan gusto desagradable, podemos estar consumiendo un recurso que, a la larga, incrementará el riesgo de enfermedades graves”.

En algunas provincias, esta problemática se ha resuelto con acueductos, como los de Santa Fe, que llevan tierra adentro agua del Paraná. Otras recurren a costosos tratamientos de ósmosis inversa. En las comunidades chicas o en los campos, una solución tradicional fue cosechar agua de lluvia. Es lo que hoy hacen algunas ciudades, como Las Breñas, en el Chaco.

“Hay problemas y soluciones distintas en cada contexto”, asegura Jobbágy. Koberwein destaca la dimensión política de los problemas del agua y los conflictos “por” el agua en nuestro país: “En la Argentina todos sabemos que los cursos de agua superficial son de dominio público, pero el control sobre el agua está determinado por un control de otra cosa, que es previo: el control de la tierra. Podemos estar horas relatando situaciones en donde la apropiación del agua es ilegítima, desigual, injusta, y lo que tendrán en común estas situaciones es que ocurren sobre la base de un control previo que es legal: el control de la tierra. Es mi propiedad, la cerco, acá no pasa nadie. Pero el asunto es que adentro hay un curso o un espejo de agua que es un bien común, no privado. El hecho de garantizar el acceso a ese bien común es una cuestión política. Los conflictos por el agua, aquí y en todas partes, son fenómenos pluridimensionales y con muchas contradicciones que tenemos que debatir y resolver”.

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Criaturas de Agua

Esta interesantísima miniserie documental argentina relata el ciclo del agua en los paisajes semiáridos, a través de los ojos de quienes pueblan estos con-textos, los trabajan y los investigan. Fue producida por el canal de la Universidad Nacional de San Luis junto al Grupo de Estudios (GEA), dependiente del Instituto de Matemática Aplicada de San Luis, y está compuesta por seis capítulos, cada uno de los cuales aborda un fenómeno hídrico distinto concebido como una criatura viva y cambiante. Puede verse gratuitamente en el canal de YouTube de la UNSL.

Fuentes y sumideros de Argentina: ¿Los conocés?

Una iniciativa reciente que convocó a equipos de investigación e instituciones de Mar del Plata, Buenos Aires, Salta, San Luis, Tucumán, Puerto Madryn y Patagonia sur, ha logrado relevar de dónde viene y a dónde va el agua de 243 ciudades argentinas. Reconocer algo tan simple como cuáles son nuestras fuentes de agua potable y cuales los sumideros a los que entregamos los efluentes de cada ciudad del país, puede aportar mucho a la solución de problemas, ya que es algo prácticamente desconocido para la población argentina. Podés conocer más sobre el proyecto acá.