En el contexto actual, vino a hacerse más evidente y prioritario el aprendizaje que necesitamos realizar y que, por diferentes razones y, en algunos casos, había quedado postergado: gestionar nuestras emociones y adoptar una actitud que nos permita responder de forma consciente en un mundo dónde lo constante es el cambio.

Con la incertidumbre a la orden del día, se presenta una oportunidad: tomar el compromiso de hacernos dueños y responsables de nuestra vida, echando luz a lo que está a nuestro alcance hacer sin quedar atrapados en lo que pertenece a eventos externos.

Orientarnos a la acción que conduce al bienestar en lugar de focalizar en lo que está fuera de nuestro control y que puede traducirse en estados de ánimo que, instalados en el tiempo, condicionan nuestra manera de observar y percibir el mundo, impulsándonos hacia un modo de actuar que nos aleja de lo que buscamos y queremos experimentar.

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El bienestar y la felicidad están asociados a un estado interno de cada persona y tiene relación con un camino de búsqueda que se nutre de aprendizaje, evolución y crecimiento personal y no con un punto de llegada o un destino específico. Este recorrido implica aceptar tanto lo placentero, así como también las sensaciones y emociones incómodas, las cuales nos recuerdan que son parte de la experiencia humana y nos invitan a gestionarlas de modo tal que nos sean funcionales, cultivando y potenciando, a su vez, nuestra capacidad de resiliencia.

El doctor Martín Seligman, pionero en temas de bienestar y felicidad, y fundador de la psicología positiva, propone que el nivel de felicidad sostenida en el tiempo resulta de la combinación de tres factores diferentes: el rango hereditario que cada uno trae (una base genética); las circunstancias y, las acciones que emprendemos de manera voluntaria.

Según los estudios de la psicología positiva, el rango base genético constituye el 50% del nivel de la felicidad; las circunstancias sólo el 10% y, la actitud y las acciones voluntarias el 40%. Por lo cual, es un buen punto de partida saber que una porción significativa del bienestar (el 40%) depende de nosotros mismos; de la percepción que tengamos y las posibilidades que abramos frente a lo que acontece.

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Para transitar el presente focalizando en generar espacios de bienestar y actuar de forma objetiva e intencionada, puede resultar necesario recorrer algunas instancias (previas a tomar acción) que comparto a continuación:

1) Identificar, reconocer y distinguir: implica tener un registro claro de lo que está fuera de nuestro alcance, así como también del espacio en el que sí tenemos capacidad de acción para generar cambios. Así, podremos re direccionar la atención y utilizar la energía en lo que es posible hacer.

2) Aceptar: además de registrar y reconocer la situación que está por fuera de nuestra área de influencia, es necesario aceptarla tal como se presenta y lo que sucede a veces es que nos encontramos resistiéndonos a la misma. Por lo cual, es necesario dar lugar a un proceso de aceptación para luego lograr poner el foco en lo que sí es posible y conectar con lo que nos genera sentido y compromiso con nosotros mismos y con los demás.

Algunas preguntas disparadoras para posibilitar este proceso: ¿Qué es lo que creo me está impidiendo soltar esa situación? ¿Está relacionado con una creencia sobre mí mismo y/o sobre otros? ¿Necesito tener una conversación pendiente? ¿Requiere que tome una acción particular conmigo mismo y/o con otros? Las conversaciones, así como también la declaración de perdón, por ejemplo, son herramientas liberadoras que permiten cerrar situaciones del pasado para dar espacio a lo nuevo, generando así, la apertura de mirar hacia adelante y construir futuro.

3) Adoptar una actitud de “responder vs reaccionar”: a partir de aceptar y discernir qué es lo que está a nuestro alcance modificar, nace la posibilidad de responder proactivamente en lugar de reaccionar impulsivamente ante las circunstancias. Es decir, nos hacemos responsables de nuestro accionar y cultivamos la capacidad de expresarnos desde un lugar genuino y en consonancia con lo que queremos que prevalezca.

4) Accionar de forma deliberada: como consecuencia del cambio de actitud y del valor que cobra la forma en que respondemos, somos capaces de generar un repertorio de acciones alineado a nuestros objetivos y apelando a la creatividad e innovación.

Al final de cuentas, sembrar bienestar se trata de una práctica diaria que implica una elección: accionar poniéndonos al servicio de lo que está por fuera de nuestro alcance, sucumbiéndonos en una suerte de resignación o hacerlo desde un lugar de compromiso con nosotros mismos y con lo que es posible, facilitando opciones y permitiéndonos, a su vez, transformarnos con la acción al compás del cambio constante.

¿Cuál va a ser tu elección?