Salud versus el placer: el auge global del salutismo es un fenómeno global. Estamos en un momento en que estar sano no solo es una ambición personal, sino que también hay que parecerlo y mostrarlo. El salutismo convierte la salud en un valor supremo, casi una virtud, y establece estándares cada vez más estrictos: desde hacer ejercicio varias veces por semana hasta registrar 10.000 pasos diarios medidos por un reloj inteligente.

Rutinas extremas y controladas

El ejercicio y la alimentación ya no son simples hábitos, sino rituales que deben seguirse a rajatabla. Se recomienda hacer actividad física por la mañana, comer “limpio”, seguir dietas de moda como el ayuno intermitente y evitar cualquier alimento considerado “inmoral” por su contenido de azúcar o grasa.

La moralización de la comida

En el salutismo, la comida deja de ser placer y se convierte en un sistema moral: los alimentos ultraprocesados son considerados “malos”, mientras que los integrales y naturales son los “buenos”. Esto crea una división entre quienes cumplen con estas normas y quienes se entregan al disfrute sin culpa, generando juicios sociales.

Suplementos y sueño como indicadores de éxito

Más allá de la alimentación y el ejercicio, la suplementación y el sueño se convierten en medidas de excelencia personal. Tomar magnesio, colágeno u omega-3, dormir entre 7 y 8 horas con rutinas estrictas y meditar o hacer journaling son acciones que se consideran obligatorias para alcanzar la salud ideal.

Si bien cuidar la alimentación y los hábitos es importante, el salutismo extremo pierde de vista el bienestar integral. Imagen: Pinterest

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La presión del rendimiento constante

El salutismo transforma el cuidado personal en otra forma de trabajo individual. Fallar en cumplir estos estándares genera culpa y sensación de fracaso. Además, ignora factores que afectan la salud, como condiciones socioeconómicas, acceso a servicios médicos o genética, dejando la responsabilidad exclusivamente en el individuo.

Salud y exclusión social

Este enfoque clasista y neoliberal genera una jerarquía donde los cuerpos “delgados y fibrosos” son valorados y los que no cumplen con este estándar se estigmatizan. La salud deja de ser un derecho universal y se convierte en un símbolo de privilegio y estatus, reforzando desigualdades sociales y discriminación.

La analogía con la película Gattaca muestra cómo la sociedad del salutismo crea estratos: los “válidos” cumplen con los estándares de salud y estilo de vida, mientras que los “no válidos” quedan marginados. Esta visión futurista ya no parece ciencia ficción en la actualidad, evidenciando la presión social detrás de la salud perfecta.