Si bien se ha discutido mucho sobre el desastre de Fukushima, en Japón, poco se ha dicho acerca de los animales que quedaron en el área radiactiva de exclusión.  Ellos no están abandonados. Naoto Matsumura decidió quedarse viviendo en la zona para cuidarlos. Es el único ser humano en un radio de 20 km.

Se lo conoce como el guardián de los animales de Fukushima. Tiene 55 años y solía trabajar en la planta nuclear. Luego de la explosión del primer reactor, se fue junto al resto de las personas. Pero regresó para cuidar de los animales que habían quedado atrás. "No fue visto con buenos ojos que volviera. Pero me di cuenta de que nuestros animales necesitaban ser alimentados. No tenía otra opción. Tenía que quedarme. No podía dejarlos aquí", explica en un documental producido por Vice.

Su preocupación inicial fueron sus propios animales, pero luego se dio cuenta de que había otros que también necesitaban su ayuda. Comenzó su trabajo en 2011 y desde entonces no ha parado. Para realizarlo, recibe donaciones de distintas personas que apoyan su labor.

"Al principio dejaba que se valieran por sí mismos, pero ahora quiero hacerme cargo de ellos. De lo contrario, los matarán, y me opongo a que lo hagan", señala Matsumura.

Si bien podría entender que se los sacrifique para consumo humano, se opone fervientemente a que se los mate por que sí, sin ningún motivo, ya que están sanos y son felices. "Para mí, los animales y la gente son iguales. ¿Matarían a la gente de la misma forma?", se pregunta.

El panorama que encontró al regresar a Tomioka, la comunidad donde vivía, fue devastador. Miles de vacas habían muerto encerradas en los graneros, junto a cientos de miles de gallinas. Otras especies domésticas habían quedado amarradas donde sus dueños las habían dejado, de manera tal que murieron de inanición. Los que habían logrado escaparse, vagaban de manera salvaje.

Acostumbrarse a la soledad fue lo más difícil. Tomioka solía ser una comunidad de 16.000 habitantes. Después del desastre de Fukushima, se convirtió en un pueblo fantasma. Los comercios de la calle principal hoy están desiertos. Los automóviles y motocicletas quedaron abandonados. La hierba crece entre las grietas del asfalto. Las puertas de las casas quedaron abiertas, cuando sus propietarios dejaron todo atrás para huir de la nube radiactiva que se escapó de la planta nuclear. Las ventanas y los techos, destrozados por el terremoto y el tsunami, quedaron sin reparar.

Si agua ni electricidad, Matsumura usa unos viejos generadores y saca agua de un pozo local. Se alimenta principalmente de comida enlatada o consume pescados que saca de un río cercano. Una o dos veces al mes viaja hasta una pequeña ciudad fuera de la zona de exclusión para buscar gas y algunos otros suministros.

Es consciente de los niveles de radiación a los que se expone diariamente, pero no se preocupa por ello. "Me dijeron que no me voy a enfermar hasta dentro de 30 o 40 años. De todas formas, lo más probable es que esté muerto para ese entonces, así que no podría importarme menos", explica. El gobierno le prohibió quedarse, pero eso no lo detuvo.

Además de preocuparse por los animales, Matsumura espera que su trabajo haga que Tomioka vuelva a ser una comunidad. En diálogo con BBC, explicó: "Queremos que este lugar vuelva a ser seguro. Necesitamos gas, electricidad y agua. Los mayores aún quieren regresar. Mi madre y mi padre desean morir aquí. Por ahora, soy sólo yo ocupándome de los animales".