Imaginemos un guerrero en los minutos previos al combate, sin importar la época o las armas que usa. En cualquiera de las imágenes que llegarán a nuestra mente fruto de nuestra imaginación estará presente una expresión de ira en el rostro o posiblemente de temor. Podremos imaginar el cuerpo tenso, su respiración agitada. Las dos emociones primarias, la ira o el miedo estarán manifestándose y creando sensaciones corporales. ¿Qué motivo decidirá liberar la Ira o el miedo ante una misma situación?... es consecuencia de la percepción que realizamos sobre el hecho que tenemos que enfrentar. El fenómeno de la percepción es totalmente singular y varía de una persona a otra en función de los condicionamientos y paradigmas incorporados a priori.

Lo que ocurre es que funciona como un control remoto que activa las emociones que la situación desencadena en el observador. De esto, se deduce que el poder está fuera de nosotros y la situación nos consigue desestabilizar. Cambiar la percepción de la situación es recuperar nuestra potencia ante el hecho que debemos enfrentar.

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Tengamos en cuenta que las emociones no constituyen algo de característica negativa, por el contrario, han sido el motor y el sentido mismo de la existencia. Durante siglos, el arte ha expresado en todas sus formas el carácter pasional de la vida humana, la potencia de sus emociones que lo impulsaron en sus gestas y también, lo alteran a diario en su dinámica más íntima.

La posibilidad de sentir emociones no debe ser negada ni reprimida, por el contrario, debe ser estimulada, sublimada o administrada, de tal forma que se convierta en una fuerza de alto poder constructivo y movilizador.

Hace miles de años, en forma empírica, se crearon formas de trabajar sobre las emociones para generar resultados. Desde danzas y rituales usados antes de entrar en combate o de participar en jornadas de cacería, el ser humano activaba las emociones para usarlas como poderosas fuerzas motivadoras. Ya sabía de su existencia y de su importancia.

En las últimas décadas, consecuencia de una formidable innovación tecnológica se ha logrado ver dentro de la caja negra del cerebro humano. Los investigadores afirman que las emociones residen en el paleoencéfalo, la parte más antigua del cerebro. Esto ha demostrado que se expresan sin que estén mediadas por la corteza cerebral o telencéfalo, que es la parte más moderna del cerebro. Se activan en forma inmediata como reacción autónoma e independiente de la voluntad conciente, probando que los procesos cognitivos no poseen mucho poder sobre los perceptivos – emocionales.

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Santo Tomás de Aquino con sentido visionario nos dejó la frase “lo que verdaderamente se aprende es lo que pasa por los sentimientos” reforzando la importancia del plano emocional en lo cognitivo.

A su vez, Donald Hebb, considerado fundador de la epigenética opinaba que nuestras emociones modelan nuestros mecanismos biológicos, responsables de nuestra manera de sentir y actuar, existiendo una estrecha comunión entre genética y experiencia. Podemos decir que el ambiente opera sobre la genética para determinar la cognición y la conducta.

Aprender formas de administrar esa poderosa energía llamada emoción es recuperar nuestro lugar en la cabina de mando de nuestras vidas. Para ello, la auto observación y el estado de conciencia ampliado que se obtiene por medio de la meditación constituyen herramientas muy efectivas para construir nuestro porvenir.