En Argentina hay más de 200 mil recicladores urbanos, y sus niños ascienden a 800 mil. Para asistir a muchos de esos pequeños, nació Cartoneros y sus Hijos. Esta ONG de Buenos Aires (Argentina) cree que, si hay una mejor educación, hay una mejor vida. Además, es un espacio de contención.

Detrás de este proyecto que enriquece y alegra la vida de los pequeños, está Diego Guilisasti, Director Ejecutivo de la ONG.

¿Cómo nació el proyecto?

Comenzó en 2001, de la mano de su fundadora suiza, Reneta Jacobs. En uno de sus viajes a Argentina, ella vio a los chicos recolectando cartón junto a sus padres. Se puso en contacto con las cooperativas de recicladores y empezó a trabajar con una de ellas en el acompañamiento y educación de sus hijos. Luego conoció a Carlos Mansilla, que tenía la idea de que esos pequeños tengan un espacio donde pudieran estar cuidados mientras sus padres trabajaban. Entonces se juntaron, porque sus ideas eran complementarias, y así nació Cartoneros y sus Hijos.

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¿Qué encuentran los niños en su centro?

Es un lugar donde encuentran confianza. Es un ámbito educativo, donde todos los días están aprendiendo, compartiendo un conocimiento. También es un lugar de pertenencia. Acá se hacen amigos, hallan un lugar donde se los escucha, donde juegan, donde se divierten, se ríen.

¿Cómo es trabajar con niños en el contexto en que lo hacen?

Es sumamente necesario y gratificante. El 43% tenía serias dificultades para escribir y leer, y notamos que algunos estaban terminando la primaria en estas condiciones. Por eso implementamos un programa para enseñarles, y tuvimos muy buenos resultados. En las últimas evaluaciones que hicimos, el 93% de los niños de primer nivel mostró mejoras en todas las materias.

¿Cómo llegan los chicos hasta ustedes?

En nuestro espacio tenemos cupos para chicos del barrio, que son vecinos, y cupos para los hijos de los cartoneros. Los del barrio se enteran de boca en boca, y los hijos de los cartoneros concurren porque tenemos una relación muy estrecha con la cooperativa. Lo mejor es que las familias nos han adoptado como propios. Los chicos se despiertan muy temprano a la mañana y les piden a sus papás que los lleven a “la escuelita”, nuestro centro

¿En qué aspectos sienten que enriquecen la vida de esos niños?

Tenemos dos ejes principales de trabajo: educación y contención. Con ambos enriquecemos la vida de los chicos. Hay un déficit muy grande de aprendizaje en un contexto en donde sus derechos están sumamente vulnerados, y la escuela es uno más. Los proyectos de aprendizaje que trabajamos surgen a raíz de sus necesidades, y en base a sus propios intereses. Hay niños que llegaron a nuestro espacio sin saber dónde quedaba Argentina. También trabajamos mucho con el deporte. Salimos del fútbol, que era lo único que hacían, y sumamos otros juegos.

Dentro del eje de contención, este es un espacio en el que los chicos encuentran personas a quienes les pueden contar sus cosas, un abrazo, un desayuno o una merienda, alimentos que pueden llevar a sus casas.

¿Cuáles son los programas más elegidos y concurridos?

A los chicos que no saben leer ni escribir, el programa que más les gusta es el de lectoescritura. También disfrutan mucho el espacio de computación, porque aprenden a dibujar y a navegar por Internet, y conocen el procesador de textos. Nuestra biblioteca es otro lugar muy concurrido.

¿Qué sientes que hace falta tener, más allá del conocimiento, para estar en un proyecto como este?

Ganas de ayudar. Mirar al otro, tener la empatía para poder detectar la necesidad, y querer venir a dar una mano. Nosotros estamos muy abiertos a recibir voluntarios que nos quieran ayudar. No hay que tener miedo, es muy gratificante la tarea. Los chicos siempre están con una sonrisa, te lo agradecen, notan y saben el valor agregado que uno pone. Otra cosa que hace falta es tener compromiso para poder cambiar la realidad de estos pequeños.

¿En qué acciones o momentos sientes gratitud por lo que haces?

La gratitud para nosotros es ver a los chicos viniendo a este lugar todos los días, porque para muchos es difícil sostenerlo, pero aun así vienen. Siempre hay ganas de estar en nuestro espacio, siempre hay niños felices jugando. La sonrisa es el mejor gesto de gratitud que podemos tener.