Con Elena fuimos novios toda la secundaria pero en verdad me gustó desde que la vi por primera vez.

Si cierro los ojos creo aún poder verla sentada esperando en el patio del colegio a Laura, su mejor amiga. Llevaba un guardapolvo blanco, largo hasta las pantorrillas y medias azules. Comía una naranja y se manchaba las manos. Sus pies no alcanzaban el piso cuando se sentaba, así que se hamacaba en un compás muy enternecedor.

En ese mismo banco nos dimos el primer beso muchos años después; lo recuerdo bien. Tengo la imagen de mis manos torpes y temblorosas queriendo tomar las suyas en silencio.

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Ella fue mi compañera durante esos años. Estudiábamos juntos y de vez en cuando nos fugábamos de clases para ir al parque a pasar la tarde comiendo sándwichs al sol.

Pero cuando nos egresamos, nuestros caminos se abrieron.

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En ese momento sentí morir; es la verdad. Fue el desencanto del primer amor. Y desde ahí, no volví a verla de nuevo hasta hace un año atrás.

Me la crucé así, por casualidad, en un supermercado. Créase o no, ella tenía naranjas en su canasto, como esa primera vez que la vi.

No supe qué decir cuando la vi. Yo, Jorge, el mismo pero con 63 años ya, tres hermosos nietos y dos hijas de un matrimonio que no pudo ser, estaba parado ahí, de nuevo frente a ella.

Mientras la miraba petrificado pensando qué decir, se me resbaló la bolsa que tenía en las manos (que otra vez me transpiraban!) y el ruido la hizo voltear.

No dijo nada. Solo me sonrió. Y desde ahí que es mi novia de nuevo, y espero que para todo lo que resta de mi vida esté a mi lado.

Por eso, si tú estás dudando o no entiendes por qué pasan las cosas, mi consejo de abuelo es que dejes que sea lo que tenga que ser. No hay nada que puedas forzar, pero si un amor es verdadero, tarde o temprano volverá a tu vida.