*Por Evelyn Damonte

Cuestionarse situaciones simples, como la ubicación de la ropa desechada, puede ser el punto de partida para comenzar a analizar los circuitos de consumo. En el mejor de los casos las prendas en desuso están en manos de quienes la necesitan, pero, en el peor, se encuentran en un vertedero contaminando a las poblaciones cercanas, o fueron incineradas hace varios años.

El sistema textil opera de una manera casi completamente lineal: se extraen grandes cantidades de recursos no renovables para producir ropa que a menudo se usa por poco tiempo, después de lo cual los materiales se envían en su mayoría a los vertederos o se incineran.

"Fast fashion" es un concepto que refiere a la producción de grandes volúmenes de ropa que son producidas en función de las tendencias temporales de moda y que fomentan la necesidad de innovación y sustitución del guardarropa para continuar con el sistema social de estilo. Los trasfondos de producir grandes volúmenes de indumentaria son varios.

Desde la perspectiva social, las condiciones de producción son sumamente precarias. Las prendas se fabrican en países en desarrollo con mano de obra barata para reducir costos y bajo condiciones de hacinamiento, sueldos bajos y nulos derechos laborales.

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Para mantener los precios bajos, las empresas no solo ahorran en las condiciones laborales sino también en la calidad de la indumentaria, lo que reduce su vida útil y, por lo tanto, son desechadas más rápidamente. Según el libro realizado en 2017 por la fundación Ellen Mac Arthur, las tendencias mundiales muestran que en tan solo 15 años la producción de vestimenta se duplicó de 50 mil millones (en el 2000) a más de 100 mil millones (en 2015). Esto viene acompañado de un menor uso de las prendas, ya que las veces que se usa la ropa ha decrecido en un 36% en el mismo lapso. Hay indumentaria que se usa únicamente de 7 a 10 veces y se tira.

Se produce más cantidad de ropa que luego es desechada más rápido y esto es un problema para el ambiente. La producción de fibras como el algodón, el poliéster y el nylon requiere grandes cantidades de agua, energía y productos químicos tóxicos. Estos productos químicos pueden filtrarse en los ríos y arroyos cercanos y contaminar el agua, dañar la vida acuática y afectar la salud de las comunidades cercanas.

Además, durante el uso y el cuidado de las prendas, se pueden liberar microfibras (pequeñas partículas de plástico) que se desprenden de la indumentaria sintética durante el lavado y pueden terminar en el océano y ser ingeridas por la vida marina, lo que puede tener graves consecuencias ecológicas. Por último, cuando la ropa llega al final de su vida útil, a menudo se desecha. Si el ropaje no se recicla o se dona, puede terminar en un vertedero o ser incinerada. Ambas opciones tienen impactos ambientales significativos.

Ante este panorama, surge la necesidad de una moda sostenible que busque reducir el impacto negativo de la industria textil en el medio ambiente y en las condiciones laborales de los trabajadores de la moda. Para contribuir a esta causa, es fundamental informarse acerca de las marcas de moda sostenible y apostar por prendas fabricadas con materiales orgánicos y reciclados.

También es recomendable optar por comprar ropa de segunda mano y dar una segunda vida a la indumentaria que ya ha sido producida. Finalmente, es importante involucrarse y exigir a las marcas de moda que adopten prácticas más sostenibles y responsables. Solo así se puede lograr una moda más justa y sostenible para todos.

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Otra opción para comenzar un proceso de concienciación es leer libros y artículos relacionados, ver qué lecturas recomiendan los especialistas o preguntar por libros con el aspecto específico que busca. Una lectura recomendada de esta nota es A new textiles economy: Redesigning fashion’s future por Ellen MacArthur ( 2017).

*Evelyn Damonte forma parte del equipo de redacción del área de Comunicación del Centro de Desarrollo Sustentable GEO de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.