Cuando aparece en la vida y en el trabajo alguna persona con imposibilidad de reconocer las ideas de los demás, o se tiene miedo de ser superado profesionalmente; o irrumpe la envidia intoxicando todo tipo de relaciones, es posible que no se tenga la claridad necesaria para tomar decisiones de la mejor forma. Es que ha irrumpido el Síndrome de Procusto, una denominación basada en la mitología griega, que tiene consecuencias devastadoras para quienes lo padecen de uno y otro lado.

Frenar las iniciativas de aquellos más destacados suele ser uno de los grandes males que se padecen cotidianamente. Procusto, el personaje mitológico, tiene la destructiva afición de cortar los pies y las cabezas de aquellos que sobresalen.

En el mundo real, también hay procustos a la vuelta de la esquina, en la familia, los amigos, el trabajo. Son personas que, con tal de no aceptar sus limitaciones, tendrán un manejo tal de sus impulsos con el único objetivo de someter y degradar, incluso hasta niveles totalmente destructivos.

Es por eso que se ataca mucho a las personas que se destacan en cualquier campo. Hay dos tipos de “procustos” dando vueltas alrededor: los inconscientes y los conscientes.

Una mujer mira a otra con envidia

Cuando son inconscientes de sus actos:

- Les afecta emocionalmente cuando otra persona tiene razón y ellos no. En estos casos, se desbordan emocionalmente de tal forma que no logran controlarse y son totalmente destructivos.

- Creen que son empáticos pero, en realidad, juzgan desde su egocentrismo las reacciones de otros. El ego los cega y se desconectan de la realidad, la sensibilidad y la empatía propia de seres equilibrados.

- Suelen hablar de trabajo en equipo, escucha, tolerancia, intercambio de idea… pero siempre como argumentos para ser escuchados, no para escuchar. Destrozan a todos los demás, ya que ellos siempre quieren tener la razón, por más insólitos que sean sus argumentaciones.

Cuando son conscientes de sus actos:

- Tienen miedo de conocer a personas a las que les va bien, son proactivas, tienen más conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos. Si lo encuentran, les invade una sensación de desconfianza y malestar. Los desprecian, los odian y no cesarán hasta someterlos e, incluso, hacerlos desaparecer de sus vidas.

- Enfocan sus energías en limitar las capacidades, creatividad e iniciativa de otros para que no queden en evidencia sus propias carencias. Están sumamente pendientes de las actividades de los que sobresalen; y tienen siempre un as en la manga para denostarlos, hacerlos quedar en ridículo y debilitarlos con cualquier tipo de argucias.

- Son capaces de modificar su posicionamiento inicial si, con ello, deslegitiman al otro. Esto significa que son altamente contradictorios, lo que los convierte en personas en las que no hay que fiarse.

- Suelen buscar la complicidad de otros para, entre todos, acabar con aquel que destaque más que ellos. Arman camarillas, preparan chismes, ensucian a las demás personas y lo ponen de relieve como conquistas personales. Sus víctimas, como el Procusto del mito griego, pasan a ser, en su inconsciente, “trofeos de guerra”.

Una mujer con envidia

¿Qué hacer?

1. Mantenerse lo más sereno posible.

2. En el trabajo, dar aviso al área de Recursos Humanos.

3. Diseñar una red de contención con unos pocos compañeros de alta confianza.

4. Denunciar cuando las agresiones y anulaciones lleguen a niveles intolerables para la persona.

5. Encarar de inmediato la búsqueda de un nuevo trabajo.

6. Si hay un superior con habilidad de escucha, compartirlo en forma confidencial y articular posibles soluciones (realmente funciona).

7. No dejarse avasallar.

8. Interponer gestos de auto protección ante las agresiones que puedan sobrevenir.

9. No justificar al que nos desprecia.

10. Entender que el problema está en el otro, y no en quien es despreciado.

11. Buscar formas positivas de sobrellevar las situaciones.

Fuente:

Daniel Colombo