Escribíamos una nota sobre avances de la agroecología de la mano de auspiciosos desarrollos biotecnológicos de universidades públicas, cuando el 19 de noviembre resultó electo presidente de la Argentina el candidato libertario Javier Milei, quien durante su reciente campaña no solo puso en duda el calentamiento global, sino que prometió degradar a “oficina” y privatizar el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), principal motor de la investigación en la Argentina. Ante semejante cambio de registro, nos pareció oportuno parar la pelota para intentar vislumbrar en qué escenario quedarán ahora, y al menos por cuatro años, las discusiones en torno a la producción científica que busca atender las problemáticas ambientales y su impacto sobre la salud de la población.

“Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”, Dr. Bernardo Houssay.

“Corren días raros y muchas veces difíciles de comprender, en los cuales se instalan ideas tales como que la ciencia y la investigación son un gasto público innecesario y no una inversión a futuro en pos del crecimiento de los Estados y de la soberanía”, exclama asombrada María Marina, doctora en Bioquímica por la Universidad de Buenos Aires e investigadora adjunta del CONICET. “Por eso resulta fundamental seguir trabajando desde el lugar que tenemos como investigadores e investigadoras del CONICET, con la firme convicción que nos trasladó nuestro premio nobel argentino y creador del organismo, Dr. Bernardo Houssay: ‘Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.

Marina trabaja en el Laboratorio de Fisiología y Bioquímica de la Maduración de Frutos del Instituto Tecnológico Chascomús INTECH, de CONICET-UNSAM, donde lidera una línea de investigación sobre el uso de biopreparados en el campo argentino como sustitutos de agroquímicos. Se trata de productos hechos en base a restos vegetales, abonos animales, bacterias y hongos, que se emplean para la fertilización, nutrición y sanidad vegetal. “Estamos trabajando con productores de Buenos Aires y Santa Fe. De ellos ha surgido la necesidad de generar conocimiento sobre los biopreparados. Y en base a esta demanda, nos reunimos hace dos años y presentamos el proyecto que ha sido subsidiado en la convocatoria ‘Ciencia y Técnica contra el Hambre’ del MINCyT, la cual se enmarca dentro del Plan Nacional Argentina contra el Hambre”.

Por experiencias como esta, en las que la escucha del Estado fue esencial para motorizar una necesidad social, Marina llama a perseverar en la construcción de un conocimiento científico que priorice la salud humana y el cuidado ambiental: “Los biopreparados son un camino real para incentivar la agroecología como forma de producción generalizada e incrementar significativamente la superficie destinada a esta, tanto en nuestro país como en el resto del mundo».

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“Corren días raros y muchas veces difíciles de comprender, en los cuales se instalan ideas tales como que la ciencia y la investigación son un gasto público innecesario y no una inversión a futuro en pos del crecimiento de los Estados y de la soberanía”, María Marina.

Ojos que no ven…

Para el naturalista Claudio Bertonatti, investigador de la Universidad Maimónides y asesor científico de la Fundación Azara, el nuevo gobierno no solo enfrenta desafíos económicos, “sino que también pondrá a prueba su capacidad de reflexión e inteligencia para asumir que esos desafíos están fuertemente limitados por las condiciones ambientales”, advierte. “Negar el cambio climático o la necesidad de crear y fortalecer el sistema de áreas naturales protegidas no mejorará la realidad argentina. Son dos temas que han menospreciado, ignorando que se entraman entre sí supeditando las variables de las que dependen los agronegocios”.

Según el experto, el reciente resultado electoral podría predecir una necesaria revisión de los procesos productivos de la Argentina. “Pero si así no fuera, los llamados ‘agronegocios’ seguirán ocupando un lugar protagónico”, asevera. “Es que acá hacemos todo lo contrario a lo que deberíamos: usamos nuestra geografía sin estudiarla, asumimos que los ecosistemas silvestres son ‘improductivos’ y los transformamos en enormes cultivos monoespecíficos con sobredosis de biocidas. Y encima se planta todo lo que demande el mercado internacional, más allá de las aptitudes o discapacidades de nuestro suelo y demás condiciones geográficas”.

Aunque en el horizonte se avizoran tormentas, Bertonatti recalca la importancia de sostener experiencias y aprendizajes valiosos de estos años que apuestan a la agroecología y a modalidades agropecuarias mejor razonadas. “La ganadería a campo con pastizales silvestres y la agricultura en paisajes multifuncionales son dos buenos ejemplos de modelos deseados, donde ya se ha pasado por la etapa de investigación científica que los avala. Lógicamente, después viene lo más difícil: el cambio cultural de los productores, muchas veces reacios a abandonar las viejas tradiciones, aunque sean malas, y aplicar a certificaciones de calidad o cuidado ambiental, que son las que abren puertas a nuevos mercados».

“Negar el cambio climático o la necesidad de crear y fortalecer el sistema de áreas naturales protegidas no mejorará la realidad argentina”, Claudio Bertonatti.

De dónde venimos

La Argentina es el cuarto productor mundial de harina de soja transgénica y segundo exportador de esta materia prima, y por supuesto, una referencia indiscutida del agronegocio a nivel planetario. Y según un informe de 2022 del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, en los 36 millones de hectáreas cultivadas en el país se utilizan alrededor de 230 millones de litros de herbicidas y 350 millones de litros de otros productos fitosanitarios, sustancias que llegan a los alimentos por las derivas o las fumigaciones directas y son cuestionadas por sus efectos nocivos para la salud.

“En la Argentina, el extractivismo y el agronegocio son políticas de Estado que vienen profundizádose desde hace décadas y con todos los gobiernos de todos los signos políticos. No es nuevo”, admite el biólogo e investigador del CONICET Matías Blaustein. “Tal vez por eso, ante la amenaza de que ganara la derecha, no parecía momento de discutir estas cuestiones con el gobierno saliente. Y ahora que ganó la derecha, pareciera que tampoco es momento, ya que estamos muy preocupados ante la posibilidad de que cierren el Ministerio de Ciencia y Técnica, que haya recortes brutales, represión y pérdida de derechos, tal como en el menemismo. Pero al menos desde el sector de la ciencia digna o ciencia popular, planteamos que estos debates es necesario sostenerlos siempre”, reafirma Blaustein.

“No es posible debatir por la salud de nuestros territorios y de nuestro ambiente, si no discutimos a la vez sobre los derechos y las necesidades de nuestros pueblos”, Matías Blaustein.

Lo que también es indudable y abre una brecha de esperanza, es la creciente inquietud social en la Argentina por consumir alimentos saludables e inocuos, en sintonía con la tendencia mundial. “Además, en las poblaciones rurales existe una profunda preocupación por el impacto que la aplicación de agroquímicos puede tener sobre la salud humana y el medio ambiente”, advierte María Marina. “Este contexto empuja a los Estados y a la ciencia a seguir por este camino, con investigación y generación de nuevas tecnologías”.

Impulsados por estos clics de conciencia, cada vez son más los equipos científicos que se comprometen a buscar soluciones que potencien la productividad de los cultivos de manera respetuosa del ambiente y la salud humana. Un gran ejemplo es la investigación que lleva adelante la biotecnóloga Lorena Rojas junto a un destacado equipo de científicas de la Universidad Nacional de Quilmes y del CONICET. Ellas desarrollaron un método para descontaminar el agua y los alimentos que contienen pesticidas, especialmente, glifosato. A partir de una técnica conocida como “biorremediación”, el método diseñado a base de enzimas se puede utilizar sobre aguas destinadas al consumo y provenientes de zonas contaminadas con pesticidas. Además, puede aplicarse sobre alimentos que estuvieron expuestos al glifosato para eliminar las sustancias tóxicas. Una solución sustentable y viable desde lo económico.

Otro ejemplo que genera orgullo es el de Federico Ariel, doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Nacional del Litoral, con un posdoctorado en Francia y repatriado en 2016 por el programa RAICES, quien a fines de septiembre fue reconocido con el Premio Fundación Bunge y Born Estímulo 2023 en Agrobiotecnología. Actualmente, es investigador independiente del CONICET y docente en la universidad que lo vio crecer. Su equipo utiliza tecnología no transgénica mediante el uso del ácido ribonucleico (ARN) de interferencia, que permite que las plantas desarrollen moléculas específicas para lograr inmunización frente a hongos, insectos o virus. Los resultados obtenidos hasta el momento abren un nuevo campo en el sector agrícola a nivel mundial.

“El desarrollo científico-tecnológico requiere de inversión sostenida para avanzar y destacarnos a nivel mundial. Necesitamos dominar diversos campos científicos para ser una nación soberana, poder tomar decisiones sobre cómo crecer, desarrollarnos, distribuir los ingresos, aprovechar nuestros recursos que por unanimidad se haya aprobado la Ley de Financiamiento de la Ciencia y la Tecnología en Argentina, nos encontremos de nuevo discutiendo si vale la pena o no. Nos encontramos nuevamente en situación de defensa, resistiendo el ninguneo, el ataque. No me quedan dudas acerca del valor de la ciencia y de lo mucho que la sociedad la aprecia. No hay que bajar las banderas, nos urge defender nuestras convicciones, porque sin ciencia, no hay futuro».

«Nos encontramos nuevamente en situación de defensa, resistiendo el ninguneo, el ataque. No hay que bajar las banderas, nos urge defender nuestras convicciones, porque sin ciencia, no hay futuro», Federico Ariel.

La comunidad científica argentina es un vasto colectivo de prestigio internacional, con Premios Nobel como César Milstein, Luis Federico Leloir y Bernardo Houssay entre sus grandes faros. Y es una ingenuidad pensar que, en un país como el nuestro, pensado como agroexportador desde su semilla y con fundacional presencia en el mercado transgénico, todos y todas van a estar de acuerdo con trabajar para un nuevo paradigma donde el lucro no sea la zanahoria. Pero al amparo de una actividad científica impulsada por el Estado, esas discusiones al menos pueden permanecer abiertas. La amenaza que pende sobre la continuidad de la ciencia básica que busca el bien común, debería realmente conmovernos.

“La nueva regulación del SENASA sobre biopreparados es un aporte del Estado Nacional para la transición hacia sistemas de producción sostenibles, con dimensión ambiental, social y enfoque soberano”, Verónica Bernárdez.

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Biopreparados Regulados

Desde la gestión saliente del Ministerio de Ambiente, la coordinadora de proyectos Verónica Bernárdez asegura que el Estado ha dado importantes pasos en pos de articular la investigación científica con saberes y prácticas culturales del campo argentino: “A comienzos de octubre, el SENASA publicó la Resolución N° 1003 que regula la gestión de los biopreparados en los sistemas de producción agrícola, potenciando y mejorando los sistemas agroecológicos”, detalla la funcionaria. “Este es un aporte del Estado Nacional para la transición hacia sistemas de producción sostenible, con dimensión ambiental, social y enfoque soberano, porque refuerza los mecanismos de articulación y desarrollo de las comunidades y sus culturas, ya que los biopreparados son elaborados con bienes naturales y recursos de escala nacional y local”.