De las 10 000 especies de aves que hay en el mundo, se conoce que aproximadamente unas 1 800 realizan migraciones de larga distancia. Estos viajes, llenos de peligros, están motivados principalmente por alcanzar regiones más cálidas donde cumplir partes fundamentales de sus ciclos de vida. Algunas aves playeras, por ejemplo, vuelan unos 30 000 km cada año.

Más del 10% de las especies de aves que se pueden ver en Argentina realizan algún tipo de migración. El playero rojizo es uno de los ejemplos más impresionantes: llega cada primavera desde el Ártico hasta el país, descansando en las costas hasta llegar a Tierra del Fuego. Al comenzar el otoño, emprende su regreso al hemisferio norte, donde se reproduce.

El falaropo común realiza un movimiento similar: se reproduce en los humedales de Canadá y Estados Unidos y evita las temporadas frías de esas latitudes llegando a las lagunas de Argentina en congregaciones de cientos de miles de individuos.

Falaropo común (Sebastian Preisz)

Hay especies que realizan viajes más cortos pero no menos desafiantes: el macá tobiano, ave endémica de la Patagonia, abandona las inhóspitas costas del estuario del Río Santa Cruz para pasar cada verano en las lagunas de la meseta del Lago Buenos Aires, donde establece sus colonias reproductivas. Cuando el viento frío del otoño santacruceño comienza a azotar las lagunas, los macáes, con sus pichones ya fuertes y desarrollados, vuelven al estuario.

Los pastizales de Argentina también son testigos de migraciones. Los pequeñísimos y coloridos capuchinos llegan en primavera a los pastizales del litoral, porque encuentran en esa época y latitud las condiciones ideales para reproducirse y criar a sus pichones. Así mismo, llegan a estos pastizales varias especies de golondrinas, la tijereta y hasta aves de hábitos nocturnos, como el atajacaminos tijera.

El aguilucho langostero también visita los pastizales al comenzar la primavera. Vienen en grandes bandadas para descansar y alimentarse, y escapa de nuestro otoño para regresar a las praderas de América del Norte, donde se reproduce. Y no podemos dejar de mencionar al cauquén colorado, que habita en la Patagonia argentina y chilena y viaja al sur de la provincia de Buenos Aires a pasar el invierno, en busca de alimento y climas menos fríos.

Gaviotines (Sebastián Preisz)

Muchas de estas especies están amenazadas. El playero rojizo, como muchas aves playeras, se enfrenta al uso no planificado de las costas. Vehículos, perros, residuos y el avance de algunas especies exóticas hacen cada vez más difícil que estas aves encuentren en las costas los sitios de alimentación y descanso que le son fundamentales para cumplir su ciclo de vida.

El cauquén colorado es una especie en peligro crítico de extinción, y su principal amenaza es la caza furtiva. El macá tobiano, también en peligro crítico, tiene como amenazas el cambio climático y la introducción de especies exóticas invasoras. Los aguiluchos langosteros hoy en día se han recuperado notablemente, pero sufrieron un fuerte declive hace solo unas décadas debido al uso de agrotóxicos. Y los capuchinos, al igual que muchas especies que dependen de los pastizales, sufren la irreversible amenaza de la pérdida de hábitat, sumado el tráfico ilegal de fauna silvestre.

Las aves migratorias nos inspiran fortaleza, conectan culturas y nos enseñan que los desafíos se alcanzan avanzando en grupo. Hoy en día existen iniciativas de investigación y conservación de aves migratorias que reúnen organismos de distintos países y continentes. Trabajar en conjunto, dejando de lado las fronteras, es la clave para vivir en un mundo sano y biodiverso.

Los invitamos a conocer las aves migratorias y la importancia de tomar conciencia como ciudadanos sobre las amenazas que tienen estas aves y sus ambientes naturales: para seguir recibiéndolas, protegiéndolas y disfrutándolas cada temporada.