El planeta nos está hablando. Nos da señales para que nos despertemos y hagamos algo. Sin embargo, aún son pocas las acciones que estamos haciendo como residentes y vecinos del mundo. Estamos escuchando y cuestionando la forma en que producimos y consumimos.

Soy médico, y el hospital fue mi escuela. Como residente de clínica médica decidí recorrer aquellas comunidades de donde venían los pacientes, y pude ver, con mis propios ojos, como el agua y los hábitos, o mejor dicho los vicios de higiene y saneamiento, traían pacientes, principalmente menores de 5 años, al hospital... muchas veces sin la oportunidad de volver a sus casas. Hoy, la diarrea, sigue siendo la segunda causa de muerte en menores de 5 años en Latinoamérica.

Es en estos lugares y situaciones donde se abren los ojos de aquellos que quieren ver. En mi caso, vi una realidad dura y un mundo de oportunidades para hacer y canalizar mis ganas de ayudar y sumar. Como médico podía dedicarme a prevenir y a tratar, pero no solo a las personas, sino también a un ambiente herido por la deforestación, la práctica insostenible de agricultura, la falta de sistema de separación y recolección de residuos, entre otras mil cosas más.

Estas acciones no solo afectan al planeta sino que también a nosotros como personas. Como médico, quise que mi rol sea no solo cuidar y sanar a las personas sino también al ambiente, ya que están intrínsecamente unidos. La deforestación, por ejemplo, hace que haya más inundaciones o la basura indiscriminada y su no-separación y recolección, hace que haya más enfermedades.

Cuando entendí todo esto, encontré una herramienta en el mercado: las empresas con triple impacto con un nuevo paradigma de producción y modelos de negocios. Van desde las ya conocidas organizaciones sin fines de lucro hasta empresas tradicionales, muchas ya catalogadas como empresas B. Todas con el mismo propósito: buscar el triple impacto, económico, social y medio ambiental.

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Tuve la suerte de recorrer el mundo y encontrarme con que el perfil de emprendedor social es algo global. Son personas que se mueven con el afán de solucionar problemas de nuestro planeta y de nuestra sociedad. Este es su principal motor. A partir de esta premisa, crean modelos de negocios, usando las herramientas del mercado, la experiencia empresarial teórico-práctica y buscando rondas de inversión para alcanzar el impacto deseado en la sociedad y el medio ambiente.

Pero somos pocos, y no creo que sea por la falta de deseo o motivación, sino porque estamos ante un cambio de paradigma de cómo se tienen que hacer los negocios. Tenemos que cambiar la forma de ver los modelos de producción y escalabilidad a cualquier precio. Se sigue invirtiendo en rentabilidad, sin importar el contenido y el impacto negativo que eso pueda generar, y eso nos dañó y nos sigue lastimando.

La buena noticia es que el tema está instalado y muchos ya hablan en este lenguaje. Nacieron áreas corporativas de responsabilidad social, actividades de búsqueda de propósito, charlas institucionales de concienciación socio-ambiental, ONG que buscan transformarse en empresas sociales y tener rentabilidad para escalar, inversores que comienzas a preguntar por certificaciones en sus fondos de inversión y saber para qué se va a usar su dinero y cuál es el impacto que va generar, y consultoras y agencias de comunicación ofreciendo servicios de sustentabilidad. Incluso hay consumidores que exigen esto y más.

El paradigma está cambiando y ahora no estás loco si emprendes buscando no solo un impacto económico. Los consumidores buscan productos y servicios más sustentables, los trabajadores buscan emplearse en empresas responsables con el ambiente y la sociedad, los inversionistas buscan invertir en negocios que generen impacto positivo. Somos pocos, pero cada vez somos más.