La producción global de carne para el consumo humano aumentó en un 45 por ciento entre 2000 y 2022. Este boom se ve alimentado por la producción intensiva, que implica mantener a pollos y cerdos en espacios cada vez más reducidos.

A pesar de que un 94 por ciento de los ciudadanos de la Unión Europea atribuyen importancia al bienestar animal, y casi un 60 por ciento está dispuesto a pagar más por la carne, sigue estando extendida la práctica de enjaular pollos, cerdos o conejos.

También en el aspecto medioambiental hay motivo de preocupación. En primer lugar, la producción de carne es perjudicial para el clima, porque es responsable de un 14,5 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que equivale casi al sector global del transporte, según Greenpeace.

Los piensos ricos en nitrógeno que se dan a los animales también producen estiércol con un alto contenido de amoníaco tóxico que, a su vez, produce el potente gas de efecto invernadero óxido de nitrógeno. El amoníaco afecta además al bienestar de los animales, por ejemplo, al dañar los ojos y el sistema respiratorio de las gallinas criadas en batería.

Activistas que defienden los derechos animales argumentan que una crianza más respetuosa con la naturaleza puede reducir las necesidades de pienso, combustible y agua, reduciendo los costos y la contaminación. Pero concuerdan en que, en ultimo término, la reducción del consumo y la producción de carne es la mejor manera de acometer el problema.

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Acabar con la era las jaulas

En 2021, el Parlamento Europeo se comprometió a prohibir el uso de jaulas para animales de granja. Una ley que está elaborando la Comisión Europea liberará de las jaulas a todas las gallinas, cerdas reproductoras, terneros, conejos, patos, gansos y otros animales de granja en toda Europa para 2027.

Ese objetivo ya casi se ha alcanzado en varios países de la UE: Luxemburgo, Austria, Suecia, Suecia, los Países Bajos y Alemania han eliminado entre el 87 y el 98 por ciento de la crianza en jaulas. En España, en cambio, más de 86 millones de animales se mantienen enjaulados.

Dado que la mayoría de los países de la UE tienen una tasa de animales criados sin jaulas inferior al 40 por ciento, entre ellos Francia (34 por ciento) y Grecia (22 por ciento), parece poco probable que en los próximos años se libere a los animales de las granjas industriales de toda la región.

Avidez por la carne de pollo

La Unión Europea es una de las regiones que intenta fomentar la cría sin jaulas, pero, en 2020, se criaron en todo el mundo unos 33.100 millones de pollos, más de cinco por cada ser humano del planeta. Eso representa un aumento del 130 por ciento en dos décadas, lo que ilustra las dimensiones del desafío de satisfacer la creciente demanda de carne por medios menos intensivos y más éticos.

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Criadero de pollos en Francia.

En el caso de los pollos de engorde, suelen criarse unas 20.000 aves en un galpón de unos 1.486 metros cuadrados. En medio de este hacinamiento, los pollos alcanzan su pleno tamaño y son sacrificados en seis semanas. Según la organización "Compassion in World Farming”, en la década de 1950 las aves de corral alcanzaban el mismo peso en el triple de tiempo.

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El confinamiento del ganado

Aunque las vacas destinadas a la producción de carne se crían en parte en potreros, cada vez pasan más meses confinadas en cebaderos "sin tierra", donde suelen ser engordadas con alimentos a base de cereales entre los que predomina el maíz de alto valor energético -en lugar de la hierba, su dieta natural- antes de ser sacrificadas.

En Australia, uno de los mayores exportadores de carne de vacuno del mundo, hay unos 500 de estos cebaderos que albergaron una cifra récord cercana a 1,3 millones de reses en 2022. Según la Real Sociedad para Prevenir la Crueldad con Animales (RSPCA, por sus siglas en inglés) de Australia, las superficies abrasivas y fangosas de esos lugares provocan cojera, dolor y lesiones en el ganado debido a una enfermedad inflamatoria que afecta a las pezuñas.

Los defensores del sistema de cebaderos sostienen que es una forma más sostenible de producir carne, ya que los bosques y otros ecosistemas no se destinan a pastizales. Pero los expertos advierten que las dietas de soja o maíz llevan a provocar aún más emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero, ya que los estómagos de los rumiantes están adaptados a la ingesta de hierba.