El coronavirus cambió todo. La Ciudad y la Zona Metropolitana del Valle de México, la capital argentina y el Área Metropolitana de Buenos Aires, y la metrópolis de São Paulo, son nuestras mayores megaciudades. Por lo tanto, el ruido en ellas, desde hace muchas décadas ha sido -especialmente en sus núcleos céntricos- ensordecedor.

El ruido ha terminado. Con nuestras metrópolis detenidas ante la mayor pandemia de la historia reciente, llegó el silencio. Un silencio que tiene mucho de prisión domiciliaria forzada para millones de ciudadanos. Pero también, un silencio que podemos aprovechar como oportunidad.

La naturaleza respira momentáneamente. Las aves urbanas, rápidamente, descubren que ahora pueden volver a comunicarse en sus horarios naturales, como lo han hecho durante millones de años. Para ellas, la convivencia con nuestro modo de vida tradicional es difícil. El mejor ejemplo surgió en la capital paulista, en 2013.

calle cdmx
La famosa calle comercial Francisco I. Madero de la Ciudad de México, vacía durante la pandemia.

El actor de esta historia es el zorzal colorado, también conocido como chalchalero, zorzal común o tordo de vientre rufo en América Latina. Es el sabiá-laranjeira en Brasil. Un ave que los científicos designan Turdus rufiventris, por su pancita rojiza.

En Buenos Aires, la palabra zorzal inmediatamente es asociada al seudónimo de “zorzal criollo” que le pusimos a Gardel. En São Paulo, muchos saben que ese mismo zorzal es el ave nacional oficial del Brasil y recuerdan que inspiró a poetas de la talla de Guimarães Rosa, Amado y Jobim. Este pequeño pero gran cantante puede vivir 30 años, así que su capacidad de aprendizaje es potente.

Inesperadamente, en 2013, las aves de ciertas áreas de São Paulo pasaron a cantar durante la madrugada. Pronto su canto fue objeto de denuncias de vecinos que no podían dormir. El tema creció en diarios y noticieros de TV. La reacción de los paulistanos amantes de las aves fue rápida. El hastagh #SomosTodosSabiasLaranjeira no tardó en surgir.

Sandro Von Matter, un joven ornitólogo paulista, intuía la causa de tanto revuelo y lanzó en la web un proyecto colaborativo: “La Hora del Zorzal”. Su objetivo era identificar en un mapa la hora a la que cantan estas aves y buscar correlaciones con otras variables. Pero, a diferencia de otros estudios científicos, Sandro lo concibió como un proyecto colaborativo. Aunque él maneja los datos científicos y coordina la investigación, cualquier ciudadano podía formar parte del proyecto. Había que grabar el canto con el teléfono celular, registrar el lugar preciso, hora y duración del canto y enviarle un mail con todo eso.

Turdus rufiventris
Turdus rufiventris

Dada la necesidad de recuperar el sueño de miles de paulistanos “La Hora del Zorzal” se convirtió en el mayor proyecto de monitoreo colaborativo de Brasil. A Sandro le gusta decir que ha sido el primer proyecto de “ciencia ciudadana” genuinamente brasileño dirigido al estudio de una especie. Le respondieron en poco tiempo, llenando correctamente su formulario y enviando su registro sonoro, casi dos mil ciudadanos. A medida que recibía las respuestas, las ubicaba en el mapa. Entonces comparó los datos de pueblos y ciudades pequeñas con los de la capital paulista.

Los resultados mostraron que, en promedio, las aves en la capital paulista empiezan a cantar 5 horas antes que sus parientes en las poblaciones más chicas. Además, los zorzales de estas localidades cortan su canto unas cuatro horas antes que los zorzales de la megaciudad. Los zorzales más urbanos comenzaban su canto a las 3 de la mañana.

¿Qué diferenciaba a la enorme São Paulo de los pueblos cercanos de Itapetininga o Embu das Artes, donde los zorzales cantan durante el día? El ruido. Usando datos de las estaciones estatales que registran el ruido, Von Matter pudo comparar regiones, barrios y hasta calles con alto índice de flujo de vehículos -y por ende, una mayor contaminación sonora- con áreas de bajo índice y correlacionar esos datos con la alteración del horario de canto de las aves.

zorzal

Los zorzales establecidos en el centro de São Paulo aprovechaban el intervalo más silencioso de la ciudad, cuando hay menos tránsito automotor, para iniciar su canto. De ese modo, se aseguraban escuchar y ser oídos por sus congéneres. En las zonas menos ruidosas de día, el canto se inicia, en cambio, al amanecer. Allí, los vecinos no se quejan. La culpa del insomnio de tantos paulistanos quejosos de sus zorzales vecinos la tenían, entonces, los autos ruidosos.

El proyecto continúa. Los ciudadanos alimentan con sus datos el mapa en “La Hora del Zorzal”, que se extendió a otras zonas del Brasil. Sandro afirma que “el canto, para las aves, es tan vital como el uso de teléfonos celulares para nosotros”. Especialmente en estos tiempos.