Pensar en la ciudad no es sinónimo de pensar en la infancia. Cuando nos preguntan o piden que pensemos en una ciudad sería normal relacionarlo con edificios, automóviles, gente y avenidas, la infancia no suele figurar en el paisaje de ciudad y mucho menos los espacios para el juego. Es más, si hacemos una búsqueda rápida en Internet veremos imágenes de planos y edificios, pero nuevamente la infancia no aparece a pesar de representar, al menos en CDMX, una cuarta parte de la población.

¿Por qué esta relación no existe en el imaginario colectivo de ciudad?

Posiblemente se deba a que desde hace tiempo a la niñez se le ha otorgado mayormente el uso de espacio privado; lugares como la guardería, la escuela o la casa son espacios a los que acuden niñas y niños, y los pocos espacios públicos a los que podrían acudir, como parques o jardines, suelen estar lejos de casa, en mal estado o son inaccesibles para ir solos.

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En pocas palabras, la niñez ha sido apartada del espacio público y confinada al espacio privado, y aunque este confinamiento puede ser “inconsciente” no es fortuito, se debe a la idea de proteger a las y los niños de los peligros de la ciudad; como los coches, que representan un peligro latente para la niñez o la percepción de inseguridad y el temor de ser asaltados o secuestrados. Si a todo esto sumamos la contaminación del aire, que afecta en mayor medida a la población infantil, el aumento de privatización de espacios y la intolerancia de otros sectores de la sociedad hacia la infancia no es de extrañar que las y los niños no participen ni se les considere dentro del espacio público.

Sin embargo, esta protección a su vez aleja y desalienta el ejercicio pleno de sus derechos e invisibiliza a la población infantil como ciudadanos, reforzando la idea de ver a la infancia como sector vulnerable.

Las y los niños son quienes pagan un alto precio por el modelo de desarrollo insostenible de las ciudades.

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Finalmente podemos decir que las ciudades representan espacios hostiles para el desarrollo de niñas y niños, pues los mismos retos que tiene cualquier persona dentro de la ciudad como andar en bicicleta, cruzar la calle o tomar el transporte público, incrementa para la niñez.

Transitar a ciudades para la infancia

Transitar a ciudades sustentables y amigables para la niñez, entonces significa replantearnos la idea que se tiene sobre la infancia, y mediar entre la protección, que como adultos nos corresponde, y permitir la autonomía de niñas y niños. Y por otra parte significa exigir un cambio en las políticas públicas y el diseño de la urbe para considerar crear espacios incluyentes multigeneracionales para cambiar la forma en que la niñez se relaciona con el/ y en el espacio público, además de brindar más espacios para el juego libre en el contexto urbano.

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Y aunque estos cambios no sucedan de la noche a la mañana es necesario promover la participación ciudadana e infantil y la colaboración de la sociedad civil, académica y al gobierno, para plantear a la niñez como miembro clave en la ciudad.