Cada año, a partir del mes de abril, cientos de ballenas francas australes (Eubalaena australis) llegan a las costas de la Península Valdés en Chubut, Argentina, donde se las puede ver hasta diciembre. Viajan desde la Antártida, su lugar de alimentación, en búsqueda de aguas más cálidas para parir y criar a sus ballenatos.

Esta “temporada de ballenas” es todo un acontecimiento en la región, y se ha convertido en su principal atractivo turístico, con las salidas de avistamiento embarcado como excursión predilecta. Siguiendo un protocolo de avistaje responsable que se asegura de que las ballenas no sean molestadas, miles de turistas se embarcan cada invierno para conocerlas a ellas. Lo más interesante: estas protagonistas no son anónimas.

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DE CRUSTÁCEOS Y HUELLAS DIGITALES

Uno de los rasgos más distintivos de esta especie es el patrón de callosidades que presenta cada individuo a lo largo del cuerpo. Estos callos son, en realidad, colonias de ciámidos, pequeños crustáceos que también se conocen como piojos de ballenas. El patrón de callosidades de cada ballena es único, por lo que permite reconocer individuos como si de nuestras huellas digitales se tratara.

Quien descubrió esto fue el Dr. Roger Payne, un científico estadounidense que se había instalado en las costas de la Península Valdés para estudiar a las ballenas que llegaban año a año. A partir de esas primeras campañas, en 1996 se fundó el Instituto de Conservación de Ballenas, que, hoy en día, trabaja utilizando esta “huella digital” para identificar a las ballenas: cada temporada, los investigadores realizan relevamientos aéreos donde buscan fotografiar a la mayor cantidad de individuos, para así poder comparar sus patrones de callosidades. Así es como se formó el catálogo de ballenas francas australes, que hoy cuenta con más de 3800 ejemplares registrados.

PIONERA Y TROFF: HISTORIAS DE REENCUENTROS

Pionera es una de las ballenas a las que el Instituto conoce desde hace más tiempo: fue identificada por primera vez en 1971, allá cuando el Programa de Investigación daba sus primeros pasos. Desde entonces, se la volvió a ver veinticinco veces, lo que permitió descubrir que ya ha tenido cinco crías. Además, su madre también es conocida por el Programa, y se sabe que tuvo a otros siete ballenatos en la Patagonia, hermanos de Pionera.

Otra historia que se remonta a los años '70 es la de Troff. Troff también fue identificada por primera vez al comienzo de los relevamientos aéreos, cuando nadaba en las aguas de la Península con una cría, y fue avistada varias veces más a lo largo de los siguientes años. Durante toda esa década, se la vio criando a, por lo menos, tres ballenatos, y, aunque los avistamientos en la Península se detuvieron en 1981, sí se la vio en el sur de Brasil, en 1988, con otra cría. Pero la historia no termina ahí: en 2004, Troff volvió a aparecer en las aguas del Golfo de San Matías, después de 23 años.

Las ballenas no conocen de fronteras: viniendo desde la Antártida, algunas se detienen en Chubut, pero otras siguen hasta Uruguay y Brasil, como Troff.

¿PARA QUÉ SIRVE IDENTIFICARLAS?

La foto-identificación y posterior catálogo permiten hacer un seguimiento de la población y de cada una de las ballenas registradas. Los datos recolectados en cada campaña le permiten al Instituto monitorear la población de ballenas y su número de individuos, estudiar qué patrones de migración muestran, y cómo es su modo de vida.

En el caso de Pionera, por ejemplo, sus avistamientos a lo largo de los años no sólo permiten conocer a sus crías y saber que sigue en edad reproductiva, sino que nos hablan de las amenazas que esta especie enfrenta. Cuando se la vio en 2017, se observó que presentaba una herida justo sobre la aleta caudal, que probablemente haya sido causada por una red de pesca, uno de los principales problemas que hoy ponen en riesgo a la biodiversidad de los océanos.

Por otro lado, las observaciones de Troff, durante los once años en los que se dejó ver en la Península, y de sus crías, fueron importantes para estudiar la reproducción de las ballenas de esta especie.

Es importante recordar que esta especie fue arrastrada hasta el borde de la extinción por los balleneros que las cazaron hasta la década del '80, en la que se prohibió toda caza comercial de ballenas alrededor del mundo. Hoy, en la República Argentina, la ballena franca austral es una especie protegida y Monumento Natural, y su población está en recuperación. Es un proceso lento: estos animales alcanzan la madurez sexual entre los 7 y 15 años, tienen un período de gestación de aproximadamente un año, y luego permanecen con sus crías durante hasta doce meses.

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«INVESTIGAR, EDUCAR E INCIDIR»

Esos son los tres pilares del Instituto de Conservación de Ballenas, una organización sin precedentes en Argentina. Aunque la cacería de cetáceos se encuentre prohibida en todo el mundo, y sus poblaciones, lentamente, se recuperen, los océanos enfrentan hoy numerosas problemáticas que ponen en riesgo a sus ecosistemas. Mediante técnicas de investigación no-mortales, programas educativos y acciones de conservación, quienes trabajan en el Instituto no sólo abogan por las ballenas francas australes, sino también por su hábitat y por la biodiversidad marina con la que lo comparten.

Troff y Pionera forman parte del Programa de Adopción de Ballenas, mediante el cual cualquier puede involucrarse y colaborar con el trabajo del ICB. Seguilos en redes o visita su sitio web para conocer al resto de las ballenas y enterarte de cómo participar.