El lenguaje nos define y ayuda a co-construir la realidad. Lo que imaginamos se transforma en pensamientos, que, puestos en acción, construyen lo que de verdad creamos para la vida en todos los aspectos.

Una de las preguntas fundamentales que siempre aparece es el “por qué” de las cosas. Cuando la formulamos buscamos encontrar una explicación sobre todos los acontecimientos y que ésta encuadre con los patrones de experiencias preexistentes.

El “por qué” te sitúa en una especie de final justificado; lo que hagas o produzcas tendrá sentido siempre y cuando justifique ese por qué. De hecho, cuando somos niños y tenemos unos tres o cuatro años, todos hemos preguntado insistentemente a los mayores el porqué de las cosas. La búsqueda, en este caso, es de ampliar el conocimiento a partir de la curiosidad. El lenguaje se hace más abstracto y se incorpora una gran cantidad de conocimientos, dependiendo de las respuestas que recibamos.

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Cuando somos adultos nos valemos de nuestras propias fuentes de información si así lo elegimos. Esto nos permite progresar e indagar sobre aspectos que nos interesan en mayor o menor grado. Si estás en tu búsqueda personal, quizás quieras considerar esta distinción: ¿qué tal si la pregunta esencial y más profunda a explorar es el “para qué”?

En apariencia son cosas parecidas, aunque posiblemente si lo piensas en base a tu propia experiencia, hallarás rápidamente las diferencias.

El “para qué” da sentido, propósito y dirección a tus pensamientos, que, como sabemos, son la base de las realidades que generas en cualquier ámbito de tu existencia. Al dotar de un sentido mayor, esta pregunta difiere del “por qué” en un aspecto esencial: resignificas cada experiencia en función de un sentido práctico, de aplicación en la vida cotidiana y, a su vez, lo alineas con un propósito mayor. Es más abarcativo.

Además, el “por qué” puede ser visto como diagnóstico del cuadro de situación de las cosas, donde quieres encontrar una explicación a lo que sucede o te planteas. Mientras que el “para qué” trae una aproximación de certeza buscando una conexión mayor con algo que puede ser útil para tu evolución -en cualquier sentido que quieras desarrollarla-.

Entonces, ¿una pregunta anula a la otra? No necesariamente: pueden convivir y complementarse. Aunque, a partir de ahora, quizás las integres con mayor profundidad y te permitas apreciar en sus diferencias.

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Ejemplos prácticos

(Ante una desgracia o fatalidad)

“¿Por qué me pasa esto a mí?” > Más allá del impacto inicial, si observas fríamente esta expresión, en ella aparece un cierto tono de victimización.

Si, en cambio, preguntas: “¿Para qué me pasa esto a mí?” > La situación es la misma; sentirás su impacto, aunque verás que esta vez estás buscando un sentido, el aprendizaje que puede estar oculto detrás de lo que vives.

(Ante un logro que no esperabas)

“¿Por qué me toca vivir esto?” > La connotación positiva del hecho repercutirá en tu respuesta; más allá de la emoción y alegría, quizás lo analices con la mente racional desde una perspectiva del esfuerzo que has hecho y el merecimiento del logro.

Y al preguntarte “¿Para qué me toca vivir esto?” > La felicidad es la misma; sin embargo, en este caso, promueves dentro tuyo un fluir más profundo. Quizás balancees lo racional (hemisferio izquierdo cerebral) con lo emocional (hemisferio derecho), tendiendo un puente; y así, dotes de propósito a aquel contacto que te abrió las puertas; sientas gratitud por lo que está sucediendo, y lo conectes con tu misión de vida.

Tal vez de esta forma tomes consciencia de que el “para qué” permite una apreciación más completa y profunda, superadora del “por qué” de este ejemplo.