Por Miguel Ángel Ortega*

Nuestros líderes pretenden superar la emergencia ecológica sin preguntarse qué nos ha traído hasta ella. Para la mayoría es un problema técnico y organizativo. Realmente, es un punto de inflexión en la historia de la humanidad. En ella confluyen las demás crisis humanas.

Sus causas son las mismas que desde hace milenios han provocado el sufrimiento humano. Se encuentran en el aún bajo nivel en que opera nuestra conciencia. Nos dejamos llevar por las dos leyes que prevalecen en la naturaleza: la del más fuerte y las del máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo. Pero nuestra especie es distinta y el desarrollo tecnológico sin un desarrollo paralelo de la conciencia nos acerca al colapso; esas leyes que han construido nuestro destructivo sistema socioeconómico ya no nos convienen.

planta sequia

La realidad es tan compleja y rica que es inabarcable para nuestro cerebro, el cual debe conformarse con hacer una traducción simplificada de la misma. La estamos traduciendo mal. No estamos captando lo esencial, aunque desde hace siglos personas sabias de distintas zonas del mundo han intentado abrirnos los ojos. Ahora la ciencia confluye con las visiones de aquellos sabios.

La realidad es mental. El ego es una herramienta creada por los patrones de funcionamiento de nuestro cerebro. Si nuestro contexto vital y nuestra educación hubiesen sido distintos, nos percibiríamos, pensaríamos y actuaríamos de otra manera; seríamos personas diferentes.

Tenemos la potencialidad de percibirnos más integrados en el Todo al que pertenecemos y eludir el vacío que nos lleva a enfangarnos en relaciones conflictivas, incluso con nosotros mismos, vacío que a menudo llenamos consumiendo más de lo que necesitamos y buscando una elevada posición social.

A pesar de los problemas actuales, estudios sobre psicología evolutiva y sobre los sistemas de creencias y valores muestran que la humanidad ha ido aumentando su capacidad empática. En nuestros días la empatía de muchas personas abarca ya a los animales e incluso a la vida en sí misma. Esa potencialidad se despliega si el entorno es adecuado. Si no lo es, queda bloqueada.

acariciar vaca

La actual estrategia de salida de la emergencia ecológica se basa en cambiar lo mínimo y esperar a ver qué pasa. Puede fracasar debido, entre otras cosas, al crecimiento del consumo total derivado del incremento de la población. Y, si falla, no quedará tiempo para poner en marcha un plan B.

La COVID-19 nos ha enfrentado a una nueva dimensión de la destrucción ambiental: las pandemias derivadas de patógenos que hasta ahora estaban aislados. Esta crisis sanitaria mundial evidencia aún más que sin conciencia de especie no hay conciencia ambiental.

La perspectiva de arreglar nuestro “defectuoso funcionamiento” con la manipulación biotecnológica derivará en un sistema de castas con diferentes capacidades físicas y mentales que empeorará las cosas. Hagamos un alto; reflexionemos, porque necesitamos abrir un nuevo ciclo en la evolución de nuestra especie, dejando de sacralizar la competencia y transformando nuestro interior para ser capaces de buscar el bien común.

* Miguel Ángel Ortega (Madrid, 1968) comenzó su activismo ecologista en la adolescencia. Participó en campañas de protección de la naturaleza en una época en la que el desarrollismo hacía estragos en España. Se licenció en Económicas y fundó Reforesta en 1991. Está ONG planta miles de árboles todos los años con la participación de cientos de voluntarios. El libro "¿Sosteni...qué? Sostenibilidad (o el reto de transformar la mente humana)" que acaba de presentar es el resultado de su necesidad de buscar respuestas a la falta de reacción ante la mayor amenaza a la supervivencia de la humanidad.