Qué diferente es nuestra vida según el lugar donde nacemos. Cualquier actividad y comportamiento a la que no damos importancia se torna imposible para muchas personas del mundo. Muchos de nosotros gozamos de más de lo que necesitamos para vivir y sin embargo estas necesidades son inverosímiles para una gran parte de la población. Un hecho que normalmente pasamos por alto pero que también es esencial en la disposición de una nacionalidad propia.

Aunque pueda parecer surrealista, en 2020 hay sujetos que no están adscritos a ningún estado específico y por ello no están bajo el amparo y el resguardo de un país. Esta grave situación se estima que afecta a la increíble cifra de 10 millones de personas. La ausencia de lazos entre un individuo y la nación en el que vive es el motivo por el que no se le concede la ciudadanía. Dicha separación puede estar fundada en varias razones, pero normalmente tiene que ver con el nacimiento, la ascendencia o la residencia.

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El nefasto fenómeno no es nuevo, pero sí parece estar de alguna forma silenciado. Una de las trágicas secuelas que dejó la Segunda Guerra Mundial fue la privación de nacionalidad a muchos judíos. Al ser conscientes de la magnitud de este escenario, varios organismos gubernamentales decidieron tomar cartas en el asunto y promover acciones para favorecer a estos individuos desprotegidos. Las dos fechas clave fueron la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de 1954 y la Convención para reducir los casos de apatridia de 1961.

Muchos recordaremos al actor Tom Hanks en la película “La Terminal”, de Steven Spielberg. El personaje queda atrapado en el aeropuerto ya que durante su vuelo estalla un incidente de carácter político en su país de origen, y por ello su pasaporte y visa quedan temporalmente suspendidos tanto para entrar en el territorio de destino como para regresar a su hogar. Pese a que se trata de una película, la historia relata la desgraciada experiencia de Merhan Karimi Nasseri, que fue desterrado por el Sha iraní debido a unas protestas contra su régimen y por ello tuvo que vivir en el aeropuerto francés de Charles de Gaulle durante 18 años.

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Según “United Nations”, los reinos con más apátridas o “sin patria” son Myanmar (minoría musulmana del pueblo rohingya), Costa de Marfil (minoría voltense), Letonia y Estonia (minoría rusa) y República Dominicana (haitianos). Por ejemplo, cuando se disolvió la Unión Soviética miles de personas se encontraron inmersos en este difícil contexto debido a que ninguna de las regiones constituidas les reconocía como ciudadanos. En otros casos la razón principal es el género. Parece mentira que, aún a día de hoy, en 25 países las mujeres no pueden transmitir la nacionalidad a sus hijos. Si el padre se desconoce, desaparece o simplemente fallece, el hijo sería marginado por el estado.

Las consecuencias de la apatridia son muchas y repercuten seriamente en la vida de los afectados. Entre las más visibles están el problema para el acceso a la salud, la educación, el trabajo y la jubilación, la dificultad para abrir una cuenta bancaria o contraer matrimonio, las trabas para comprar una casa, la imposibilidad de viajar debido a no disponer de pasaporte y la falta de derecho a voto.

Tengamos en cuenta que si uno de estos individuos decide cruzar una frontera se convertirá en una persona clandestina y fuera de la ley, la cual podría ser detenida y devuelta a su lugar de origen. Pero qué decir de las secuelas intangibles. Estas personas y sus familias sufren en sí mismas lo que podríamos denominar “la lucha de los invisibles”.

Sin embargo también existen buenas noticias, y según confirma la asesora Carol Batchelor se está experimentando una tendencia positiva y muchos países han enmendado ciertas condiciones. Argelia, Bangladesh, Egipto, Indonesia, Kenia, Marruecos, Senegal, Surinam, Túnez, Yemen y Zimbabue han anulado leyes que impedían la transmisión de la ciudadanía por parte de la mujer a sus hijos.

Una de las grandes esperanzas para los apátridas reside en el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que a través de la iniciativa “I belong” está trabajando para acabar con esta situación en el mundo en 2024, según menciona António Guterres. Si deseas poner tu granito de arena, puedes firmar la “Carta Abierta” en su página web para estar un paso más cerca del objetivo.

La regulación global de esta enorme contrariedad sería un beneficio para los estados, ya que podrían aprovecharse del esfuerzo y talento de hombres y mujeres, pero por encima de todo sería hacer justicia al terminar con una circunstancia de exclusión y al conceder a estos grupos minoritarios derechos fundamentales.

“Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada”.

Nelson Mandela