Desde que somos niños vamos atribuyéndonos las características que los demás ven en nosotros. Las expectativas, prejuicios y proyecciones de nuestros padres primero. Más tarde, nos identificamos con los comportamientos que nos hacen encajar en una cultura determinada en general y también en un grupo social en particular.

Hasta que llega un momento en que no sabemos distinguir la persona que realiza los comportamientos de los comportamientos en sí. Ya «somos valientes» en lugar de «comportarnos con valentía», «somos extrovertidos» en lugar de «comportarnos de forma extrovertida», todo esto acaba sellando un pacto implícito con uno mismo en el que todo comportamiento que se aleje de lo que «creo que soy» es incorrecto o inadecuado. Sin embargo la vida, en sus continuos vaivenes, va requiriendo de nosotros toda clase de reacciones para poder actuar de una forma equilibrada y adaptativa.

Por ello, en ocasiones necesitaremos actuar, siguiendo con el ejemplo, de una forma cobarde o introvertida. Imaginemos que viene un tigre hacia nosotros, más valdría correr cobardemente que mostrar valentía, o quizás algún día necesitamos estar con nosotros mismos y no nos sentimos con ganas de socializar, ahí necesitaremos mostrar una conducta introvertida. En ambos casos, puede suponer sufrimiento para aquellas personas identificadas con esta forma de estar ya que sienten que traiciona su identidad.

Otro ejemplo que ilustra la importancia de esta diferenciación es cuando una persona siente que «es débil» o «poco inteligente». Esta etiqueta se desarrolló a raíz de una serie de experiencias vividas en su desarrollo y, al ser parte de su estructura psíquica, tratará de confirmarla inconscientemente a lo largo de la vida. Desprenderse de esta identificación será el primer paso para desarrollar otra identidad más completa

Como dice Anthony de Melo: “Si crees ser lo que tus amigos y enemigos dicen que eres, evidentemente no te conoces a ti mismo”.

Como ya sabemos, el ego es todo aquello que creemos que “somos”, aquellos estados que expresa el ser con los que nos identificamos. Cuanto mayor sea la identificación del ego con aquello que cree “ser”, mayor será el posicionamiento y, por lo tanto, más alargada y poderosa será la sombra que surgirá complementariamente. Por ello, cada vez que confundimos nuestro ser con nuestro estado, estamos dándole espacio y fuerza a nuestra sombra. La etiqueta limita, es una forma de reducir el «ser» a su «estado».

Si vamos un poco más allá y hacemos una revisión de la etimología de la palabra. En la lengua inglesa, por ejemplo, el verbo «to be» hace referencia tanto a ser como a estar. Sin embargo en castellano, entre otros lenguajes, se hace una diferenciación entre la esencia (el ser) y el estado (cómo se está manifestando ese ser). Este matización es de enorme importancia ya que, cada vez que nos identificamos con el estado que expresamos, estamos limitando todo nuestro ser y reduciéndolo a una creencia de identidad.

Del mismo modo, la palabra inglesa “Wellbeing” podría traducirse como “Bienestar” o “Bienser”; en este caso en Bioneuroemoción contemplamos el “Bienser” como objetivo en lugar del “Bienestar”.

Entendemos que desde un estado de centramiento y coherencia (Bienser) podremos alcanzar muchos momentos de Bienestar, aunque el camino hacia ese “Bienser” no tiene por qué experimentarse necesaria y continuamente como un estado continuo de Bienestar...

Para alcanzar este «bienser» es necesario vivir sin temer ni juzgar el malestar, ya que uno sería inconcebible sin el otro.Transitar entre estados sin apegarse a ninguno es lo que nos hace libres, lo que nos permite crecer, aprender y evolucionar. Quizás la clave sea entender que soy mucho más de lo que pienso, digo o hago, este puede ser el primer paso hacia la integración del ser.

 

“Cuando más tiende una cosa a ser permanente, más tiende a carecer de vida”.
 
Alan Watts